Musa, la máscara apresta,
ensaya un aire jovial
y goza y ríe en la fiesta
del Carnaval (Rubén Darío)
- El mundo del revés
Comienza un nuevo año laboral y este Boletín inaugura su tiempo en vísperas de carnaval.
Retrocedo en los años y escucho las risas de los/as niños/as de mi barrio, cargando baldes con globos de todos los colores, acechando en los zaguanes a las víctimas del agua fresquita de febrero. Retrocedo y recuerdo que por las noches se aceleran los preparativos y allí, en la avenida principal, desfilan las máscaras. Sabemos, claro que sabemos, quién está detrás de cada una de ellas; después de todo, es una ciudad pequeña y anticipamos hasta los disparates. Una pena, porque se supone que las máscaras pretenden el ocultamiento. Y, sin embargo, ahí está la trampa, porque las máscaras y las personas son la misma cosa. Al menos, etimológicamente.
La palabra persona deriva de aquella otra del latín que designa a la máscara del actor, al personaje teatral. Pero como adelantábamos, las máscaras, “en cualquiera de sus formas, por el contrario de ocultar la esencia del individuo, la dejan al descubierto. Se escapa por grietas por donde consciente o inconscientemente circula la expresión de los sentimientos más ocultos y más íntimos” (Marazzi, 2009).
¿Será finalmente un artilugio actoral aquel que está en el fondo de nuestras pretensiones de ser menos persona cuanto más persona somos? Poniéndome laplaciana sospecho que no hay casualidades en este mundo y que, por lo mismo, entiendo que las máscaras y el carnaval se explican mutuamente. Más allá de las representaciones en las tablas, ¿en qué otro espacio-tiempo podría darse un desfile de máscaras que no fuera en el carnaval? Salteándonos lupercales, bacanales y fiestas dionisíacas, la llegada a nuestras tierras responde a la mezcla pagana y cristiana que admite un poquito de desenfreno antes de la expiación de las culpas por ser estas personas que somos:
“Explica Mijaíl Bajtín (2003) que el carnaval era la forma festiva no-oficial de la sociedad medieval y representaba la cultura folclórica con su idea optimista de la eterna renovación; en ese tiempo se le otorgaba al pueblo salirse de los moldes oficiales a través de las máscaras, algunas obscenas por cierto, pero que permitían mediante la influencia de la burla y la crítica modificar el pensamiento de las personas de su condición oficial y contemplar el mundo desde un punto de vista cómico y carnavalesco” (Alegrucci, 2017: 111).
Esta subversión del orden en que las cosas deberían ser, esta desnaturalización de las significaciones del mundo, esta rebelión contra lo cotidiano, necesita máscaras, encubrimientos. Pero en ese encubrimiento se revela la persona que está detrás de la máscara y que puede decir por primera y única vez en lo que tarda la tierra dar una vuelta alrededor del sol, aquello que piensa, cree y sueña. Sin embargo, eso que se revela no deja de ser otra máscara que no será develada a fuerza de carnaval. Y dejo para otra ocasión la referencia a las múltiples formas que permiten desatar el hilo que invalida el rostro ¿verdadero? de quienes somos.
Lo que importa es que entre gallos y medianoche este año nos toca disfrazarnos yendo de la cama al living. La pandemia no nos da respiro ni para hacernos los/as rebeldes y montar una escena de pierrots y colombinas en plena avenida 7.
La eterna renovación mostrará su temple: habrá que ensayar máscaras para el próximo desenfreno.
- “Life is very short and there’s no time for fussing and fighting…”
Suenan los Beatles y otra vez se activa el recuerdo. Esta vez no son remembranzas de mi infancia: son memorias recientes de un pasado/futuro escurridizo sobre el mundo y nuestra relación con él. Aquí no hay nada eterno, hemos demostrado que podemos llevarnos puesto hasta el aire que respiramos. Se anuncia otro tiempo precario (no estoy diciendo nada nuevo). Y sin embargo es un inicio, y como todo inicio, reclama (o quiero que lo haga) una arlequinada.
Se anuncia el desfile de máscaras/personas 2021. ¿Cuál vamos a usar para subvertir lo que ya naturalizamos? Solo espero que no nos hagamos trampa y que la careta que elijamos nos acerque a un lugar menos cínico, oscuro y desolador. Que ya tenemos bastante dosis de fantochada planetaria como para sumarle un corso a contramano.