Categoría: Editorial

  • Des(h)usos horarios

    Des(h)usos horarios

    La solución de Fleming para un problema de máquinas es tan interesante como los argumentos de la cronobiología sobre otra máquina. En este enredo de ciclos y tiempos des(h)usados, imagino que, en algún lugar del vasto universo, un Demiurgo debate con un ingeniero sobre relojes y engranajes. Por lo pronto, yo no dejo de pensar que nuestro cuerpo es esa máquina extraordinaria que lleva consigo el misterio de lo desconocido que siembra.  No lo perdamos de vista, que viajar en tren es de lo mejor, pero hacerlo despiertos/as es un placer que nos puede llegar a suceder.  

  • Luz nocturna

    Luz nocturna

    Erraban oscuros bajo la solitaria noche entre la sombra. La hipálage de Virgilio ha sido arduamente trabajada y a mí no me corresponde más que esperar que la traducción elegida no sea un grosero error.  Con la inversión lógica de los adjetivos contenidos en esta extraordinaria frase, Virgilio nos arroja a la comprensión de la profunda soledad/oscuridad que acompaña el descenso de la Sibila y de Eneas al mundo de los espíritus.

  • La medida de las cosas

    La medida de las cosas

    El extremo distópico también es una advertencia y de las duras. El desarrollo tecnológico no está exento de -ni parece ser una forma de evitar- una de nuestras peores mañas evolutivas: la de pergeñar soluciones cada vez más virulentas a nuestros conflictos. A mayor exactitud en un lado, mayor precisión en el otro. Ese «ellos también han progresado mucho», resume los riesgos de encorsetar lo que ha nacido desmedido.

  • La culpa es del español: fragmentos inconexos

    La culpa es del español: fragmentos inconexos

    Según la Real Academia Española de la Lengua y la Fundéu (Fundación del Español Urgente), existe, en el idioma español, una anomalía. Un caso excepcional en el sistema ortográfico que no ocurre en otras lenguas: el de una palabra que no se puede escribir. El redactor de la noticia publicada en la página de 20minutos.es, nos trae a cuento esta delicia idiomática que hace imposible escribir, siguiendo las actuales normas ortográficas, el imperativo de «salirle». Más específicamente, cuando la forma verbal «sal» del verbo salir se combina con el pronombre enclítico «le».

  • No interrumpan, por favor

    No interrumpan, por favor

    Siri Hustvedt escribe, en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, acerca de algunas perplejidades en torno a la supuesta relación directa entre las novelas y el trabajo femenino de escribir. Hay una vieja asociación entre ser mujer y escribir novelas: una actividad si no femenina, al menos, feminizante. Y esa asociación no se queda allí; en cartas o en entrevistas, la condición de Siri se ve reducida a la de ser la esposa de Paul (Auster) que, para muchos/as, es el responsable de: a) darles forma a los personajes masculinos de las novelas de su esposa, b) educarla en psicoanálisis, en neurociencia, o en cualquier cosa que no sea el oficio de provocar lágrimas. [Lo que sigue a la disyunción es un agregado personal, pero no lo encuentro disonante con lo que Siri desarrolla en su texto].

  • Alucinación pictórica

    Alucinación pictórica

    Vermeer imagina un amor prohibido porque de esta forma adquiere sentido ese cupido exagerado que animosamente ha plantado sobre la pared del fondo. Imagina un amor prohibido, también, por puro prejuicio, porque una simple mujer de manos curtidas no llora por amor, no llega a conocerlo siquiera. Si la carta que aprendió a leer quién sabe cómo deforma la musculatura enrojecida de su rostro solo puede ser porque la han engañado, estúpidamente, graciosamente.

  • Una lágrima, por favor

    Una lágrima, por favor

    La diferencia entre pedir un café negro o solo o simple y una lágrima es nada más que una diferencia poética. Sin embargo, ¡vaya diferencia que se rescata en la literalidad de lo mencionado!

  • Cerrar, concluir, finalizar

    Cerrar, concluir, finalizar

    Les decía: ocurre que estamos en un final y los finales no se relatan. Por lo general… siempre, -digamos-, los finales se viven, se sienten en el cuerpo desde los dedos de los pies hasta el último bucle que se niega a acomodarse en los días de humedad. No se cuentan los finales. ¿Para qué?Todos son iguales: se repasa lo realizado, confirmamos que fuimos a la baja (¡maldita bolsa de valores vital!), nos sacudimos los malos tragos como si fueran polvillo, y lágrima más, sonrisa menos, seguimos adelante. Esto es ley.  Consagradísima ley que surge en los orígenes de la historia humana y nos devuelve la certeza de que nada nuevo hay bajo el sol. No en este aspecto, al menos.

  • La pereza de la razón (en ocasión del Día Mundial de la Filosofía)

    La pereza de la razón (en ocasión del Día Mundial de la Filosofía)

    El tercer jueves de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía. Parece que me toca escribir algo sobre lo que se supone, constituye mi lugar originario. El punto es que el origen no debería determinar destino alguno, así que tomo la posta como un gesto incendiario hacia lo que está más próximo y por lo mismo, resulta más opaco.

  • Políticas del ocio

    Políticas del ocio

    Por un momento, y solo por un momento, me llega desde lejos un personaje de Guillermo Divito, El otro yo del Dr Merengue. Personaje, por otra parte, que hoy no podría ni asomar su incorrección a la luz del día. Y, sin embargo, está ahí esa sensación, esa saturada sensación de hacer una cosa como hay que hacerla y la contemporánea irrupción de lo que efectivamente se logra y que lejos está de reflejar ese “deber ser” de las cosas mismas. Emulando a este Mr. Hyde criollo -como bien dicen por ahí-, el yo se rebela contra la insistencia de las bondades y de las correcciones.