Cerrar, concluir, finalizar

Cerrar, concluir, finalizar

“Lo mismo es nuestra vida que una comedia; no se atiende a si es larga, sino a si la han representado bien. Concluye cuando quieras, con tal de que pongas un buen final”.
(Séneca)

Todavía es noviembre en el calendario. Todavía queda tiempo para el cierre. ¡Ni que lo digan! Porque, además, puede ocurrir que, como en el fútbol, el árbitro haga de las suyas y sume unos fatigosos minutos más al reloj del partido. Es que, para ser sincera, se siente así, como un partido que se prolonga innecesariamente justo cuando estamos defendiendo un empate magro. O al menos yo siento de este modo este año que se aleja a tranco cansino por las veredas del tiempo muerto.  Esto es lo interesante de las horas, que son tan plásticas e idiosincrásicas como las formas que consagran quienes las viven.

¡Pobre Séneca! ¡Tanta frase y yo usándola para cerrar la escritura de este Boletín! Lo malo de escribir es que nunca sabremos para qué serán utilizadas las palabras que se entretejen en las páginas blancas. Por contrapartida, lo bueno de no ser Séneca es que se usen como se usen estas palabras, sé, a priori, que resultará un desperdicio su reciclaje.

Les decía: ocurre que estamos en un final y los finales no se relatan. Por lo general… siempre, -digamos-, los finales se viven, se sienten en el cuerpo desde los dedos de los pies hasta el último bucle que se niega a acomodarse en los días de humedad. No se cuentan los finales. ¿Para qué?Todos son iguales: se repasa lo realizado, confirmamos que fuimos a la baja (¡maldita bolsa de valores vital!), nos sacudimos los malos tragos como si fueran polvillo, y lágrima más, sonrisa menos, seguimos adelante. Esto es ley.  Consagradísima ley que surge en los orígenes de la historia humana y nos devuelve la certeza de que nada nuevo hay bajo el sol. No en este aspecto, al menos.

Es cierto, también que, si bien los finales no deberían relatarse, cuando lo hacen, lo hacen en primera persona. ¿Esto es ley? No, para nada. Pero a mí me brota el yo cuando de finales se trata. Por eso es que este cierre es un cierre personal y, aunque no quiero o no lo busco, vuelvo a mí mientras golpeo las teclas de la computadora (que sufren la presión como si de las teclas de la vieja Remington -que me tocaba en suerte en mi querido Cervantes cuando rendía mecanografía- se tratase).

Y si vuelvo a mí es porque no hay nada más para decir. Todo lo que quise decir, todo lo que me pareció interesante compartir con ustedes durante este año, ha sido dicho. No tengo más palabras. Son todas las que hay. Sucede que las palabras son un recurso no renovable. Advertí esta cuestión en el momento en que me quedaron solo un par de gestos para expresar todo, absolutamente todo; desde pedir unos ataditos frescos de rúcula hasta articular una moción para poner en agenda temas tales como campeonato de bochas, carrera de embolsados/as o mancha envenenada. El gesto se reitera con la misma displicencia, con el exacto mínimo derroche de empatía por la tarea acometida: a la verdulería ya dejé de ir…

Más allá del sarcasmo berreta, lo cierto es que este año llega a su fin y la introducción del Boletín -aunque no el contenido informativo del mismo- necesita tomarse un respiro. Así como las palabras son un recurso no renovable, la escritura también se toma vacaciones. No sobran las fuerzas. Por el contrario, hacen falta cada vez más. De hecho, y entre nos, en muchas ocasiones han sido los comentarios que he recibido los que le dieron cuerda a esta maquinita para que arroje un par de disparates de jueves más. Si no fuera por tanto/a lector/a atento/a y amable, hace rato que estas letras se hubieran empañado, despeñado, despeinado, derrapado.

No quisiera despedirme sin agradecer los comentarios, sugerencias, correcciones, discusiones, que fueron llegando durante este tiempo. He celebrado los jueves con ánimo infantil y eso se lo debo a quienes leen este Boletín con tanta caridad interpretativa como ustedes.

No es un buen final, es tan solo un final, estimadísimo Séneca. Eso sí, no olvido que toda conclusión trae consigo la promesa de un nuevo comienzo.

Good show y vermú con papas fritas.

(Ah, no, ni ahí, ¿qué onda? ¿No era que eso del delirio había quedado atrás? ¡Taaaxiiiii!).