De capas y otras yerbas

De capas y otras yerbas

Desde 1994, todos los 16 de septiembre se celebra el Día internacional de la preservación de la capa de ozono, en conmemoración de la fecha de la firma, en 1987, del Protocolo de Montreal.

1.De capa caída

“‘Estar de capa caída’ es otra más de las muchas expresiones que tienen su origen en el mundo de la tauromaquia.

Procede del momento en el que algún torero, en una mala tarde y con una lidia que le plantea algunos problemas, no resuelve adecuadamente los inconvenientes que se le van planteando y acaba estando apático y realizando una faena de forma desganada, notándosele al no coger el capote con seguridad y de una forma decidida, por lo que la ‘capa’ suele estar caída y/o siendo arrastrada por la arena del coso taurino.

Esa forma que tiene el matador en sujetar la capa con los brazos caídos y sin tener una actitud de hacer frente al animal de una forma decidida fue lo que originó que la expresión ‘estar de capa caída’ se popularizase para referirse a aquel que está pasando un mal momento, está desanimado o falto de ilusión” (https://blogs.20minutos.es/).

Ya me temía yo reincidiendo con los dichos populares. Es que para el caso lo he mencionado en alguna otra ocasión; apenas se aparece la oportunidad, las frases populares afloran como azahar en el naranjo o en el limonero que recuperan primaveras en el jardín. Y, como es de sabios/as reconocer, a la ocasión la pintan calva. Algo, por lo demás, un tanto extraño. A menos, por supuesto, que vayamos a ver de qué se trata:

“En relación a su origen, el refrán proviene de la representación de la Diosa de la Ocasión, conocida como Diosa de la Oportunidad. Para los romanos, es una mujer de hermosa cabellera larga, que le cubre el rostro y es calva por detrás, por lo general, posee alas en los talones y espalda, sostiene un cuchillo en su mano derecha, y se encuentra parada sobre una rueda en movimiento.

La oportunidad, tal como la Diosa, cuando pasa por enfrente se debe de coger por la cabellera, ya que cuando termine de pasar no habrá por donde sujetarla, y generalmente las buenas ocasiones solo pasan una vez, no existe otra totalmente igual (https://www.significados.com/)”.

¡Estos romanos y sus ocurrencias! No necesitamos ahondar mucho en estas cuestiones, baste decir que el criterio estético de los/as SPQR tiene algo de intimidatorio: una mujer calva -pero con cabello cubriendo el rostro-, con alas (dos pares para más inri), con facón en mano y pronta a huir, bueno, no sé ustedes, yo no arriesgaría un “hermosa diosa” como calificativo. Me le animo a un “singular diosa” y pare de contar.

En mitad de la frase anterior se me viene a la mente el Panteón de Agripa (del que se cuenta que dijo Miguel Ángel, Disegno angelico e non umano). Y me imagino a un general romano estableciendo la pax con su par bárbaro al efusivo grito de “tráeme un par de dioses que le hacemos lugar en la casita”. Y en eso pienso en el general bárbaro imaginando una escena pavorosa, “epa, ahora van a poner nuestros/as dioses/as junto con la Oportunidad y ahí sí que estamos perdidos”.  La escena continúa y el general derrotado no tiene latín suficiente para replicar:

-“No te preocupes, está bien, los dioses míos los dejo en casa, que para qué vamos a andar molestando, ¿no?”.
Y el romano:
-“No es ninguna molestia, faltaba más, hay un lugarcito entre Fortuna y Oportunidad, entrando por la izquierda”.
Y el bárbaro:
-“No se moleste, usted, general, Ogmios, Teutates, Taranis, Sucello…son gente sencilla, no se vaya a creer. Digo, dioses”.

El romano insistiendo y el bárbaro temblando de pies a barba como si no hubiera mañana y rogando a Taranis para que arroje rayos y centellas sobre estos romanos -tan bondadosos ellos- que piensan comerse crudos a cualquier otro dios entre Fortuna y Oportunidad.

Contrariamente a lo que espera, pongamos, Vercingetórix, Taranis no actúa, y la lluvia no moja el piso del Panteón porque para eso está diseñado, con un óculo en la cima que no deja pasar ni el agua ni las malas intenciones. Lo cierto es que sí entra un poquito de agua (y otras intenciones). Aunque entre nos, ¿qué hacen unas pequeñas gotas en el cálculo casi perfecto del hogar de todos los dioses?

2.A capa y espada

“Esta expresión aparece ya en El Quijote, de Miguel de Cervantes. Decía el escritor que luchar a capa y espada por algo o por alguien es defenderle a todo trance y por encima de todo. Y explicaba que a capa y espada era el modo en que luchaban los caballeros, liándose la capa al brazo izquierdo para parar los golpes mientras manejaban la espada con la mano derecha, al contrario que los pícaros, que peleaban a capotillo y puñal.

De esa forma valiente de afrontar los lances, propia de los caballeros, deriva la frase, que se aplica actualmente a toda defensa decidida y con empeño que hacemos de algún negocio o persona. También dio origen a las comedias de capa y espada, con conflictos de honor y amor, muy populares en el Siglo de Oro” (https://www.muyinteresante.es/).

El origen de esta frase, une, en un continuo temporal, las luchas de caballeros medievales con los entuertos de criollos mal entrazados que se daban a duelo con la facilidad con que se pulsa la bordona. Eso sí, huelga decir, que entre unos y otros se abre un abismo puesto que la disímil calidad del arma y de la capa es algo que se deja ver desde una distancia semejante a las leguas que contó el diablo. Por estos pagos, claro está, nadie conocía espada y mucho menos una capa; aquí bastaba el poncho raído por alimañas y temporales para proteger el brazo del golpe certero del atacante.

¿Sabrán Moreira, Sombra o Fierro que lo que defienden a facón y poncho es un óculo que se ha abierto en el cielo de la pampa bárbara? ¿Sabrán que como aquel otro óculo allende al mar, este también deja pasar lo que no debería tocar suelo? ¿Sospecharán, tendidos a la sombra de un ombú, que los rayos que no filtra el ojo amargan esta tierra y cualquier otra?

No lo saben, como tampoco quieren compartir este dios vegetal -que sigue creciendo a pesar de todo- con otros dioses ultravioletas en un panteón lejano. Saben que el ombú, como cualquier dios viviente, dispone de su divina hechura también a capa y espada.

Y esta hierba sabe, desde la infinita savia que la recorre, que a la ocasión la pintan calva, y que perderla es de necios.

Por eso canta el ombú y por eso exige: porque desde que hay tiempo no quiere dejar de ser quien es. Desde la paciencia de su no ser árbol, suplica al óculo que se cierre y le deje en paz.
¿Quién, en su sana pampidad, no acompañaría el canto de este dios desafiado?

“…Me enfrento solo contra el sol y el rayo,
contra la pampa bárbara, abrazante.
soy humo inmóvil, verde, desafiante,
cien ramas para arriba y un caballo.
Que nadie venga a acompañarme y ponga
su otra soledad junto a la mía.
Yo soy como una tierra que prolonga
misterios vegetales y me inmolo
en gorriones de pan y lejanía.
Dejadme solo, en paz. Dejadme solo”.
(El Ombú, García Saraví).


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