El desierto es una de las metáforas más fecundas -valga la paradoja- para hablar de la vida y sus circunstancias. Desde la sensación de profunda desolación, hasta la futilidad de cualquier búsqueda, la tierra sedienta acompaña nuestros peores pronósticos y conjura gran parte de nuestras distopías.
I.
Pienso en desierto y rápidamente recupero tres o cuatro asociaciones más próximas o más lejanas para evocarlo. Así, en una mezcla digna de jueves, me llega David Lynch, los años 80, Sting y la película Duna que miré fascinada en la pantalla del viejo Cine Avenida de mi ciudad. Arrakis es ese planeta-desierto al que habrán de llegar unos expedicionarios para hacerse con una especia única en su tipo. En otra ocasión volveremos sobre el vestuario de Sting. Fin de la evocación. Cada quien ficcionará otros desiertos: el de Mad Max, por caso.
II
La segunda idea de desierto está amarrada a un poema de Vinicius de Moraes, Soneto del amor como un río, cuyas tercetas cantan:
Este amor meu é como um rio; um rio
Noturno, interminável e tardio
A deslizar macio pelo ermo…
E que em seu curso sideral me leva
Iluminado de paixão na treva
Para o espaço sem fim de um mar sem termo.
(Este amor mío es como un río, río
Nocturno, interminable, tardío
Que se desliza suave en el desierto…
y que en su curso sideral me lleva
Iluminado de pasión en las tinieblas
Al espacio sin fin de un mar sin término).
La imagen del amor como un río en tierra yerma es buen indicio de por dónde el desierto permite aventurarnos para hablar de nuestras historias mínimas, personales y, sin embargo, comunes. Tan comunes que la metáfora se cree literal y el amor se piensa eterno mientras se escurre en la arena mucho antes de llegar al mar.
III.
Pero esas vidas comunes que se confunden con las de tantos/as y esas metáforas que se hacen carne tejen, todas juntas, una trama que se parece a la de un libro que contiene mi última evocación del desierto:
“Este libro, (…), está regido por el método de la postergación indefinida y casi infinita, caro a los eleatas y a Kafka…Hay una víspera, pero es la de una enorme batalla, temida y esperada. Dino Buzzati, en estas páginas, retrotrae la novela a la epopeya, que fue su manantial. El desierto es real y es simbólico. Está vacío y el héroe espera muchedumbres” (Prólogo de Jorge L.Borges a El desierto de los tártaros de Dino Buzzatti).
El personaje, el teniente Giovanni Drogo, es asignado a una fortaleza al borde del desierto desde el que se espera una invasión. El tiempo no cesa, y Drogo envejece esperando un enemigo que no llega hasta que él ya no puede esperar cosa alguna. Drogo se muere sin dar batalla o al menos, la batalla que esperaba dar: la suya, la personalísima, ha quedado enterrada en la tela arenosa de sus días.
Tal vez sea ésta la brutal metáfora del desierto en toda su textura: él constituye la imagen fantasmal de todo aquello que se espera y que resulta, por definición, evasivo. Como las dunas de Erg Chebbi en el Sahara, el desierto es muchas cosas, pero nunca algo estático. El paisaje engaña: allí todo está en movimiento, todo se está yendo a la vez que nada está siendo alcanzado.
IV.
La tierra sedienta acompaña nuestros peores pronósticos y conjura gran parte de nuestras distopías.
No podía dejar de mencionarlo por segunda vez en un día de lucha contra el avance de la desertificación. No son batallones los que avanzan sobre nuestra tierra/fortaleza, es un desierto indómito al que le hemos dado de comer como a la criatura amarillenta que serpentea por las arenas de Arrakis.
**Paisaje de La Rioja, Argentina.