El mundo está lleno de inconscientes

El mundo está lleno de inconscientes

1. Vehículos Inconscientes

“La condición planetaria no es una cualidad individual: ser un planeta siempre significa serlo para algo distinto o para alguien distinto. Cada objeto en el mundo es el planeta de alguna otra cosa. Cada ser vivo es el planeta de algún otro. La Tierra es nuestro planeta: nos lleva, nos transporta de manera constante hacia otra parte. Pero nosotros somos el planeta de numerosos otros seres: para las bacterias, los hongos y los virus que viven en nuestros propios cuerpos. Lo somos también desde un punto de vista genético: el cuerpo humano es un agregado de fragmentos de código genético provenientes de otras épocas, de otras especies, de otras formas de vida…Así, la genética es una tectónica planetaria de la vida…toda relación general con otros seres reproduce una configuración planetaria donde uno de los seres deviene planeta para el otro…El hecho de que todo sea planeta para otra cosa significa que todo es el vehículo de algo distinto: es una metáfora, el universo, el mundo entero, es una agencia de transporte, donde se mueve y transporta consigo otra cosa” (Coccia, 2021: 127-128).

Estaba leyendo a Emanuele Coccia y su teoría del vehículo en el mismo momento en que se me juntaban dos neuronas a conversar en algún lugar de la nave. Es difícil saber en qué momento comienzan ciertos pensamientos o a causa de qué. A mí se me amotinaron unas cuantas líneas de pensamientos a propósito de nada.

Sin embargo, lo anterior no es tan cierto: llevo unos días dándole vueltas a esta cuestión de la escritura. Va para un año que comencé a redactar la introducción del Boletín. Sospecho que había una intencionalidad operando allí. Al menos, la sentía. Visto en perspectiva -y con Coccia atravesando lo que digo-, me queda claro que aquellas palabras y también estas, no son mías y son mías. El mar recorrido, el mundo atravesado en un año, me ha permitido ver que soy tan solo un medio de transporte.

Los griegos, conocedores de mares embravecidos llamaron kybernetikos al arte de la buena conducción a manos del kybernetes, el timonel. De la vieja Grecia, parece que este término reapareció en Francia de la mano de André-Marie Ampère quien lo utilizó para nombrar a una ciencia inexistente, a saber, aquella dedicada al control de los gobiernos. La palabra volvió a surgir en 1948 cuando el matemático Norbert Wiener la rescató del olvido y le dio el sentido que tiene hoy para nosotros/as: “f. Ciencia que estudia las analogías entre los sistemas de control y comunicación de los seres vivos y los de las máquinas” (RAE).

El timonel, en este caso quien escribe, solo estaba apurando el timón tratando de llegar al faro. Intentando, sin saberlo, controlar el rumbo dentro del sistema complejo de la cotidianeidad pandémica.

De arte nada, de inconsciente, mucho. Porque al final, las palabras fueron, tal vez, el feedback -aprovechando terminología cibernética- necesario para navegar hasta que escampase.

Y sin embargo no escampa, y me dejo llevar por estas olas junto a otros barcos que forman esta vida que nos encuentra planeteando a la par.

2. Una herida más y van…

-Exactamente tres.

-¿Qué cosa?

-Las heridas.

-Ah, bueno. Mejor. No eran tantas después de todo.

Sigo al timón, y el nuevo pasajero de la nave me mira mal, -como el ojo blindado que le regalaron a Luca y que se volvió rock.

-A ver, te explico. Hay dos mortificaciones anteriores: una biológica y otra cosmológica. La biológica es esa herida que le causó a la humanidad Charles Darwin cuando dejó clara su naturaleza indestructiblemente animal. La cosmológica es la que infringió Copérnico cuando se le ocurrió -bah, repitió lo que dijeron los alejandrinos- la temible idea de que no estábamos en el centro del universo.

(Tengo que mirar la escena porque todavía no la capto del todo bien. Es que al fulano se le ha dado por prenderse una pipa en medio de la tormenta. Y para peor yo, que ni veo el faro y ya a estas alturas he perdido toda capacidad de retomar el curso de la navegación)

-Me decía, entonces…

-Que la tercera es más grave. No tardará en demostrarse que el yo ni siquiera es dueño y señor de su casa. Esta es la herida que llamo psicológica y que dice nada más y nada menos que el yo queda reducido a informaciones fragmentarias de lo que sucede fuera de la conciencia en su vida psíquica.

-¿Algo así como una miopía psíquica estructural?

-No sé de qué me habla.

-Yo tampoco, pero suena bien.

-Veo -me dice con una sonrisa ladeada, que su inconsciente está en muy buen estado.

Me quedo aferrada al timón, viendo cómo se aleja Sigmund que, para el caso, hoy cumpliría años. Y mientras no tengo ninguna expectativa de llegar a puerto alguno, me río sola de la simple ocurrencia de que finalmente, el mundo está lleno de inconscientes y que aquí vamos, a mejorar el sistema de transporte antes de que nos encuentre otra tormenta.


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