1.Cancionero infantil
Quienes habitamos el neoespacio de la mapaternidad, sabemos que hay/hubo días -en particular, esos que combinan lluvia y niñez – en que no hay forma de encontrarle la vuelta al entretenimiento puertas adentro. Siempre hay recursos, por supuesto, pero en mi pasada experiencia, nada funcionaba mejor que apelar a ese tipo de canciones cuasi-infinitas en que se gestaba el compromiso mutuo de ir construyendo lo cantado. Por lejos, una de mis canciones favoritas, y de rápido acceso en el baúl de las urgencias, era aquella de la chiva que no se movía ni con toda la ayuda del mundo. La recordarán, seguro:
“…sal de ahí chivita chivita
sal de ahí de ese lugar.
Hay que llamar al lobo
para que saque a la chiva
el lobo no quiere sacar a la chiva
la chiva no quiere salir de ahí.
Estribillo:
Sal de ahí chivita, chivita
sal de ahí de ese lugar.
Hay que llamar al palo
para que le pegue al lobo
el palo no quiere pegarle al lobo
el lobo no quiere sacar a la chiva
la chiva no quiere salir de ahí.
…
Hay que llamar al fuego
para que queme al palo
el fuego no quiere quemar el palo
el palo no quiere pegarle al lobo
el lobo no quiere sacar a la chiva
la chiva no quiere salir de ahí
….
Hay que llamar al agua
para que apague el fuego
el agua no quiere apagar el fuego
el fuego no quiere quemar el palo
el palo no quiere pegarle al lobo
el lobo no quiere sacar a la chiva
la chiva no quiere salir de ahí
….
Hay que llamar a la vaca
para que tome el agua
la vaca no quiere tomar el agua
el agua no quiere apagar el fuego
el fuego no quiere quemar el palo
el palo no quiere pegarle al lobo
el lobo no quiere sacar ala chiva
la chiva no quiere salir de ahí…”
2.Irregularidad idiomática
Según la Real Academia Española de la Lengua y la Fundéu (Fundación del Español Urgente), existe, en el idioma español, una anomalía. Un caso excepcional en el sistema ortográfico que no ocurre en otras lenguas: el de una palabra que no se puede escribir.
El redactor de la noticia publicada en la página de 20minutos.es, nos trae a cuento esta delicia idiomática que hace imposible escribir, siguiendo las actuales normas ortográficas, el imperativo de «salirle». Más específicamente, cuando la forma verbal «sal» del verbo salir se combina con el pronombre enclítico «le».
“Este sería el único caso en el que aparecerían dentro de una palabra española dos eles contiguas, cada una de ellas perteneciente a una sílaba diferente, secuencia fónica cuya representación se halla bloqueada en nuestro sistema gráfico, puesto que concurriría con el dígrafo ll, que solo admite interpretarse como el fonema palatal lateral sonoro /ʎ/ —o, más comúnmente, debido al fenómeno del yeísmo, el palatal central sonoro /y/—”, dice la RAE.
“Así pues, nuestro sistema ortográfico no cuenta con recursos para representar la secuencia fónica consistente en la articulación de dos eles seguidas dentro de una palabra, lo que en español resulta, por otra parte, absolutamente excepcional; las grafías salle al encuentro o sal·le al encuentro no se consideran, pues, correctas”, añade la Real Academia (www.20minutos.es)”.
3.Sobre cierta incompetencia del idioma
Siendo jueves, sabemos que la asociación libre es ley. Por lo mismo, sabemos que ahora puede ocurrir cualquier cosa. Aunque también debo reconocer que no hay mucho que hilar en esta ocasión.
Lo cierto es que venía pensando en la canción y me salió al cruce el tema del imperativo de salir. No es casualidad. No puede serlo. En el reino paralelo de los jueves, la vida secuencia causalidades y solo causalidades. Así que la cuestión viene por este lado. Resulta que es una suerte no haber sabido este detalle del idioma cuando les cantaba a mis peques esto de la chiva inamovible. Se me hubiera dado por pensar alternativas que incluyeran esa forma retorcida que se dice, pero no se escribe. Y así se me hubiera olvidado la terquedad de la chiva y me hubiera quedado enredada en esto de “sal le/salle al paso, lobo, a la chiva” (¿¿cómo le escribiría??). Y entonces estaría buscando en la web la respuesta hasta encontrar que no, que existe en el habla, pero no en la escritura y así se me hubiera pasado alegremente el día de lluvia. No obstante, claro está, mis peques hubieran asistido a un día de largos bostezos y cero entusiasmos.
En el fondo, ni siquiera sé si el problema mayor hubiera sido descuidar la canción infantil o reemplazarla. Creo que al final del día, lo que me mueve a escribir sobre este asunto idiomático es la semejanza con cualquier otro procedimiento de comunicación. Imagino las múltiples maneras en que se ordena el pensamiento en nuestras cabezas y las formas que adquiere todo lo que terminamos por decir. Es como advertir, de pronto, una perogrullada: que la gramática de nuestro inconsciente contiene mucho más que aquello que puede ser expresado. No estoy descubriendo la pólvora; no estoy diciendo algo profundo. Solo estoy mencionando algo que interpreto como la economía de nuestros recursos lingüísticos. Si acaso pudiéramos escribir todo lo que decimos (si acaso pudiéramos decir todo lo que elucubramos), tal vez resultaría más sencilla la comprensión mutua. Sin embargo, esto es una especulación de poca monta puesto que, no nos engañemos, por algo el lenguaje y la conciencia son parsimoniosos: expresan lo que pueden con la menor cantidad de recursos disponibles. Y dejan por fuera las ingratas/ingeniosas/intrépidas sucesiones libres del inconsciente que de economía entiende tanto como algunos personajes que para que les cuento y que para que les digo.
Porque la chiva sigue sin moverse de ahí movilizando, como un primer motor aristotélico de granja, todo lo que ocurre a su alrededor. El inconsciente es como esa chiva, inmóvil, desbordada, exaltada, que vomita sentidos desde su tozuda quietud aparente. Y es por ello que se vuelve preciso llamar al lobo que no puede con la chiva y también al palo, para que pueda con el lobo que no puede con la chiva y al fuego, que encendería el palo que pegaría al lobo que movería a la chiva y, como en cualquier caso, el fuego no es suficiente, entonces se necesitaría del agua que bebería una vaca que traería un hombre para apagar el fuego del palo que le pegaría al lobo que no puede mover a la chiva.
Y suele suceder que todo termina cuando el lobo se aburre y declama dos o tres barbaridades, un par de actos fallidos y cinco chistes inconvenientes. Y el lobo se pregunta si acaso las confusiones que comienzan en el desborde no podrían atajarse antes. Porque el atajo sería lograr que la chiva se moviera por motu proprio y, desbordando el tranquilo latido de la vigilia, se llevase consigo la economía del lenguaje que ni siquiera permite decir: “sal le/salle al cruce, inconsciente, antes que digamos lo que no puede decirse”.
Y así se va jueves descubriendo algo de vital importancia, esto es, que finalmente toda la culpa la tiene el español. Porque si hablásemos otro idioma, con imperativos bien prolijitos, el inconsciente no tendría que encontrar puntos de fuga en la economía de nuestros decires. Y en ese caso, lo que no se puede decir, se quedaría en la granja con la chiva, y el lobo cuidaría bien el rebaño de nuestra vida consciente sin el peligro latente de decir un par de barbaridades en el momento más inconveniente.