Un 17 de julio de 1810 nacía Eunice Newton Foote. Para su recuperado recuerdo va esta introducción.
Las cosas por su nombre
Según la página oficial del Ministerio de Ambiente y Desarrollo de la Nación,
“La temperatura media de la superficie terrestre ha aumentado más de 0,6ºC desde los últimos años del siglo XIX debido al proceso de industrialización y, en particular, a la combustión de cantidades cada vez mayores de petróleo y carbón, la tala de bosques y algunos métodos de explotación agrícola.
Estas actividades han aumentado el volumen de gases de efecto invernadero (principalmente metano, dióxido de carbono, óxido nitroso, clorofluorocarbonos, hidrofluorocarbonos y hexafloruro de azufre), incrementando la temperatura del planeta y modificando el clima. En tal sentido, se espera que se produzcan modificaciones en el clima futuro como sequías severas y prolongadas, aumento de precipitaciones en ciertas regiones y disminución en otras, incremento de las temperaturas, aumentos en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos, entre otros eventos.
Algunos de ellos ya están ocurriendo…”
Efecto invernadero
Las cosas por su nombre señalan, como vimos, una relación entre cambio climático y efecto invernadero. Le debemos el conocimiento de este efecto a una mujer descrita tan vivazmente del modo que sigue, que me resulta impensado quitar tan solo una coma:
“Dentro de la atmósfera terrestre hay que abrigarse porque afuera hace verdad. La historia de la Ciencia del Cambio Climático ostentó una orfandad impostada tras ser destetada de la madre que la parió, Eunice Newton Foote. La doblemente pionera –en ciencia y feminismo– fue materia de descarte. Su estado de alerta para con el planeta la llevó a descubrir los gases de efecto invernadero, y la sororidad a sentar las bases del feminismo contemporáneo. En pleno Siglo XIX su actitud volcánica fue estrangulada con la misógina opacidad inventiva. La Asociación Americana para el Avance de la Ciencia –que debía inculcar valores de cooperación para el mejoramiento de la humanidad– la aplastó sometiéndola a vejaciones. Con la institución al servicio de la castración científica, el apartheid epistemológico cobró vigor. Las mujeres fueron envasadas al vacío con el distintivo “entusiastas de la ciencia” mientras que los hombres se vanagloriaban de prestigio “profesional” (Jessica Brahin, https://mujeresconciencia.com)”.
En agosto de 1856, en Albany, Nueva York, se dieron cita científicos de todo Estados Unidos para asistir a la Décima Reunión Anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Un pequeño texto hizo la diferencia en un meeting que prometía plomazo: «Circumstances affecting the Heat of the Sun’s Rays», firmado por Eunice Foote.
El contenido del opúsculo era una demostración de las interacciones de los rayos del sol en diferentes gases, para cuyo propósito Eunice se había valido de pocos instrumentos: una bomba de aire, cuatro termómetros y dos cilindros de vidrio. Tal como se describía en la presentación, el experimento consistía en colocar distintos gases (aire, hidrógeno, CO2, etc.) en recipientes cerrados. Cada uno de estos recipientes, a su vez, contenía un termómetro que permitía medir la temperatura en el interior. El procedimiento continuaba con la exposición de los gases a la luz del sol y luego de esta exposición era posible observar cambios en la temperatura. Así, el experimento permitía estimar que no todos los gases se calientan de la misma manera: de hecho, el CO2 (dióxido de carbono) parecía ser el gas que más absorbía el calor.
Pero también ese experimento le permitió a Eunice establecer algunas observaciones más y por supuesto, darse cuenta de las implicaciones de un experimento tan simple que puede ser replicado en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Por ejemplo, estimó que la humedad es un factor importante para el calentamiento puesto que, a mayor humedad, mayor absorción de calor.
Aun cuando el texto fuera por lejos, la mejor presentación de la reunión de científicos norteamericanos, como es de suponer por los tiempos que corrían, Eunice no presentó su propio trabajo. Lo que sí consiguió fue que un colega suyo, Joseph Henry, hiciera los honores. Tan bueno era el trabajo de Eunice que Henry arrimó un prefacio en estos términos:
Lo bello y lo útil, ¡mirá vos!
A pesar del esfuerzo reivindicatorio de Henry, ni el nombre de Eunice ni su trabajo, aparecieron en los resúmenes del encuentro.
Tres años más tarde, John Tyndall, llegó a las mismas conclusiones que Eunice y a partir de allí se lo conoció como el descubridor del efecto invernadero. Como dato de color, y para alivianar la carga que nos va dejando la ignorancia, en el momento en que ambos hacían sus investigaciones, “la concentración de CO2 en la atmósfera era de unas 290 (ppmv-partes por millón en volumen-). Actualmente se encuentra por encima de las 400 (ppmv) (Jessica Brahin)”.
Dejaremos de lado, por ahora, las sutilezas sobre si Johnny conocía o no el trabajo de Eunice. El olvido llegó más rápido que el cambio climático puesto que el propio Tyndall enunció, a propósito de los efectos de algunos gases de invernadero, como el ácido carbónico, aquello de “No poseemos, hasta donde sé, ni un solo experimento”. Claro que no solo se inmiscuyó con los experimentos existentes de Eunice, sino que también dio su opinión negativa sobre el voto femenino, algo que constituía el corazón mismo de la militancia de la climatóloga.
La recuperación de Eunice llegó recién para 2011 de la mano del geólogo Raymond Sorenson quien fuera el primero en encontrar a Foote y la rescatara del tiempo con un artículo titulado «Eunice Foote’s Forgotten Work». La conclusión del artículo es contundente:
“Despite the absence of a formal publication, it is clear that Eunice Foote
(Raymond Sorenson)
deserves credit for being an innovator on the topic of CO2 and its potential impact on global climate warming”.
3.Ordalías: una justicia sui generis
La justicia tuvo y tiene polisémicas manifestaciones. Una de ellas, muy cara a los pueblos germánicos -y efectiva, en ocasiones, también para el pueblo romano- era el recurso a las ordalías. Una manifestación de justicia particularísima que los godos defendían a cuerpo y sangre frente a la, si se quiere, más racional estructura legal del pueblo romano. Atalarico, por caso, siguiendo el parecer de Teodorico, instaba a los godos a resolver sus pleitos de manera expeditiva según sus usos, proclamando: “Defended vuestros derechos con las armas; dejad a los romanos que litiguen en paz conforme a las leyes” (Moreno Resano, 2014).
Ahora bien, ¿qué cosa eran las ordalías? Estas, de modo genérico, pueden definirse como
“… un procedimiento observado con el fin de dirimir un litigio al margen de los medios probatorios habituales, que podía aportar pruebas concluyentes si no las había testimoniales o documentales, o, simplemente, zanjar una discusión que, de otro modo, se antojaba irresoluble. No obstante, en las sociedades tradicionales, como eran las antiguas, estos usos estaban impregnados de religiosidad, de modo que, al margen de la mecánica de su desarrollo, existía la convicción, más o menos consensuada, de que la providencia divina tutelaba su transcurso con vistas a un desenlace justo”.
(Moreno Resano, 2014: 169-170)
De este modo, se consagraban peculiares pruebas para dar por finalizada una disputa. Entre ellas, el duelo o el caldero. Solo con el tiempo, pasado el siglo VI, y entre los francos, se comenzó a asociar el resultado de estas modalidades como parte de un Dei iudicium, esto es, un juicio divino. En el caso del caldero, por ejemplo, se trataba de un juicio expeditivo para resolver cuestiones económicas, donde el acusado debía extraer una piedra del fondo de un caldero repleto de agua hirviendo. Está de más hacer notar la crueldad del procedimiento que te dejaba el brazo como para salir de fiesta. Sin embargo, y a pesar de la violencia de este procedimiento y de otros, fue asociándose el menor daño causado al acusado a la intervención de Dios que, en plan intervencionista, dejaba constancia de la inocencia del reo.
Como quiera que haya sucedido, estas consuetudo peruersa, al decir del mismo Teodorico que aconsejaba su uso, pero tenía toda la intención de suprimirlas, presumían de acceder a una definición justa por encima de las veleidades de los pares. Dios como garante de justicia, Dios como último recurso.
La tierra como jueza
Es cierto que ni Atalarico ni Teodorico nos asisten, ni que estamos entre francos u ostrogodos debatiendo un pleito. Digo esto con un amplio suspiro de alivio porque no me imagino una batida a duelo en campo abierto ni mucho menos, un caldero despachando pieles como cócteles en un bar.
También es cierto que me llega a borbotones una analogía insurrecta que pide a gritos un poco de racionalidad a pesar de ser jueves de asociación libre.
James Lovelock (quien trabaja con la hipótesis Gaia), escribió un libro cuyo título habla por sí solo: “La venganza de la tierra” (2007). Allí revela algunas cuestiones que sabemos pero que nos negamos a admitir. Entre ellas, la idea de que nuestra existencia hace imposible…nuestra propia existencia. El calentamiento global parece, según el autor, estar ya casi fuera de nuestro control y lo que es peor aún, del control de la propia Tierra.
Creo que rechazamos las pruebas de que nuestro mundo está cambiando porque todavía somos, como nos recordó el sabio biólogo E. O. Wilson, carnívoros tribales. Estamos programados por nuestra herencia para considerar las demás cosas vivas básicamente como comida, y para que nuestra tribu nacional sea para nosotros más importante que cualquier otra cosa. Llegamos incluso a dar nuestra vida por ella y estamos dispuestos a matar de forma extremadamente cruel a otros seres humanos por el bien de nuestra tribu. Todavía nos resulta ajeno el concepto de que nosotros y el resto de la vida, desde las bacterias a las ballenas, formamos parte de una entidad mucho mayor y más diversa: la Tierra viva.
Lovelock, 2007: 21.
Como un esfuerzo tribal carnívoro, nos estamos disputando lo mismo que somos y con quienes somos, la Tierra incluida. En este disparate de escalas que se anuncian crecientes, el tiro por elevación nos está costando carísimo:
Ya hemos provocado en la atmósfera un cambio tan grande como el que se produjo entre las glaciaciones y los períodos interglaciales. Si el nivel se mantiene en 380 ppm es de esperar que se produzca el consiguiente aumento de temperatura, pero lo más probable es que continuemos contaminando y lo elevemos a 500 ppm o más.
Lovelock, 2007: 94.
Y si de costos hablamos, parece que deberíamos acudir al caldero, lo cual no es más que una retorcida metáfora para hablar del calentamiento global.
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Algunas fuentes de información:
-El artículo de referencia de J.Brahin:
–Sorenson, Raymond P. (2011). «Eunice Foote’s Forgotten Work». Eunice Foote’s Pioneering Research On CO2 and Climate Warming, 1-5. Search and Discovery – Online Journal for E&P Geoscientists. AAPG/Datapages, Inc. Tulsa, USA.
-Esteban Moreno Resano(2014),Observaciones acerca del uso de las ordalías durante la Antigüedad Tardía (siglos IV-VII d.C.). En Cuadernos de Historia del Derecho. 2014, 21 167-188.
-Lovelock, J. (2007), La venganza de la tierra. Por qué la Tierra está rebelándose y cómo podemos salvar a la humanidad. España: Planeta.
-Imagen: Eunice Foote drawing. Imagen: Carlyn Inverson, NOAA.