Políticas del ocio

Políticas del ocio

1. Trastornos de un jueves que no es jueves

Escribo un párrafo y lo elimino. Y de este modo, voy destrozando la hechura de las letras que no llevan a ninguna parte. Una cosa –pongamos que– bonita, dos desastres.

Por un momento, y solo por un momento, me llega desde lejos un personaje de Guillermo Divito, El otro yo del Dr Merengue. Personaje, por otra parte, que hoy no podría ni asomar su incorrección a la luz del día. Y, sin embargo, está ahí esa sensación, esa saturada sensación de hacer una cosa como hay que hacerla y la contemporánea irrupción de lo que efectivamente se logra y que lejos está de reflejar ese “deber ser” de las cosas mismas.

Emulando a este Mr. Hyde criollo -como bien dicen por ahí-, el yo se rebela contra la insistencia de las bondades y de las correcciones.

Es que hoy no es jueves, aunque escribo para el jueves. Es que hoy es un día que bien tendría que dedicarlo a la nada, al cero, a los nubarrones del sinsentido, a la humilde pero sensata gloria del tiempo nulo, del tiempo entre tiempos que no es otra cosa más que ocio.

Lo raro es que no puedo, no quiero o ya no recuerdo cómo era dedicarle tiempo a lo no urgente, a la cadencia del fuego entre los leños, al furor dormido de unas nubes pasajeras dibujadas en la línea del horizonte. Acaso, me digo, eso sucede porque pasamos muchas horas abarrotados/as en el mismo espacio, consumiendo las mismas paredes, traficando minutos con pantallas planas, ora pobladas de caras, ora vacías de rostros. Acaso, me digo, eso ocurre porque el pasado/¿presente? pandémico nos puso en estado de alerta máxima, como si el mundo se estuviera terminando y fuera preciso detener el tren sin frenos de una vida dilapidada. Pareciera que nos hubiera estado persiguiendo, (a algunos/as, claro) un Pepe Grillo desubicado con su cantinela de “Hay que hacer el esfuerzo, hay que trabajar, hay que ocupar las horas, martillar el frenesí de la conquista de lo que hasta ahora no hemos conseguido, bah, barajar y dar nuevo…”. Algo por el estilo.

El punto es que nuestro Pepe Grillo confunde varias categorías analíticas. En primer lugar, supone que la historia A.P. (antes de la pandemia) se escribe con letras de descanso, mientras que la época P.P. (pospandémica) es el verdadero locus del esfuerzo. No sé de dónde saca tamaña ridiculez. Puede ser que el esfuerzo anterior no tuviera los efectos buscados (¿cuáles? ¿por quién/es?), pero de allí a no reconocer el sudor de tantas frentes es un insulto a todas luces imperdonable. Puede ser también, que más que de errores categoriales, todo este asunto sea un asunto de los Fallutellis de siempre (para el caso, otro de los memorables personajes de Divito) que siempre se salen con la suya asumiendo las glorias ajenas sin participar -válgame dios- de su obtención.

Puede ser, ¿quién podría ponerlo en duda?, que esta sucesión de naderías resultase ser parte o producto del ocio y no del agobiante trabajo cotidiano. El ocio hace estragos: confunde, dispersa, desagrega, desarma. Solo que no lo sabe, que no lo ve, que anda por allí como el flaco Fúlmine (otro ser salido de la desbocada imaginación del padre de Fallutelli y del Dr.Merengue) inyectando desgracia en cada proyecto, en cada iniciativa.

Puede ser, puede ser, que nuestra mentalidad de negociadores/as haya aplastado definitivamente nuestra capacidad ociosa. Pero en ese caso, dios me libre y guarde, tendríamos que reconocer que somos esclavos/as.

2.Pequeña fuga conceptual

Esto de negociantes y ociosos/as viene de Roma. Todos los caminos, finalmente, van a parar al foro. Y si no lo hacen, como los nuestros, presuponen un foro, unas cuantas togas y gente hablando raro, con declinaciones y otros efectos ópticos de los que no hablaremos en otra ocasión.

Digamos que el ocio, la palabra latina para lo que entendemos hoy por descanso, es una suerte de copy-paste de otro vocablo griego. Así las cosas:

“…en la Antigua Grecia existían dos tipos de estratos sociales: los aristócratas y los esclavos. A los primeros les estaba reservado el Scholé o también conocido como el ocio, a los segundos su negación: a-scholé. Análogamente a Grecia, en Roma los ciudadanos también tendrían la posibilidad de practicar el otium (ocio) mientras los esclavos el neg-otium (negación del ocio, negocio) (Getino, 2002)” [Citado por Korstanje, M. 2008].

¿Vieron como son las cosas? Lo de veni, vidi, vinci es algo que resulta una marca en el orillo de los guerreros del águila. Llegar, ver y vencer estaba en el ADN de los/as romanos/as como el garum, ese condimento “consistente en las tripas y otras partes del pescado que normalmente se considerarían desechos, por lo que el garum es en realidad el licor de la putrefacción” (Plinio el Viejo dixit) que hacía las delicias de la gastronomía antigua.

Si los griegos convirtieron a los esclavos en una imposibilidad (el alfa privativa daría cuenta de ello), los romanos transformaron esa imposibilidad, al menos, lingüísticamente, en una paradoja: todo negocio se origina en una nada mientras que todo ocio hunde sus raíces en una actividad. Actividad, a no confundirse por supuesto, cuya constitución es puramente teórica, como la contemplación que los griegos reservaron para su aristocracia.

Mientras que el campo extramuros suda esfuerzo, las murallas de la ciudad contienen el desprecio aristocrático por una vida articulada en torno al trabajo. Bajo el sol de la ciudadela, teatros, termas, circos, más termas y más circos, la clase ociosa se dedica, furiosamente, a la nada.

3. Ínfimo frenesí entre ocio y negocio

Entonces, aterrizando de bruces a este punto, me pregunto si acaso mi desastre precedente es, eventualmente, producto del ocio o del negocio. Sin apenas dudarlo, le adscribo al ocio insospechado la inaudita manera en que no se encadena un pensamiento con otro. Es como si de pronto se hubiesen aflojado las cadenas y me hubieran susurrado al oído que el tiempo de la esclavitud ha sido abolido. Que puedo, finalmente, recrearme en un par de ideas sin urgencia, sin medida, sin falsas promesas de deadline y esas raras ocurrencias del mundo contemporáneo.

Que, insiste el susurro, deje por fin de negociar, traficar, comerciar…Que ya es momento de refugiarme en la ciudadela y descender al costado más amable de la temporalidad donde Momo entretiene a los dioses y yo hago malabares con esta nada de letras y espacios blancos para que lo disfrute una anodina computadora en el aire de todas las negaciones.

Sostengo, así, que no hay negocio más interesante que éste de dedicarse al ocio. La vuelta de tuerca “romano-lingüística” es que para el esclavo se transforme en amo solo tiene que ocupar su tiempo en la única actividad propiamente dicha: en la de no hacer nada. Para provocar, por ejemplo, este ínfimo frenesí inconducente que provocaría risa si no fuera, su dialéctica, tan absolutamente intrascendente.

De la nada todo, del todo, nada.