Retornar al silencio. Recuperar la voz

Retornar al silencio. Recuperar la voz

La hoja en blanco

A quienes escriben, dicen, cada tanto les da algo así como un síndrome, un ataque de pánico ante lo inefable, algo que niega la misma condición de posibilidad de la escritura: la hoja en blanco. Lo más próximo a esa condición escriturante es, para mí, esta sensación de que todo está quieto, aún cuando las manos se muevan locuazmente sobre un teclado abarrotado de letritas blancas que, por estas horas, no se distinguen de cualquier otra mancha.

Y es entonces cuando el susto ocurre. Porque… ¿y ahora qué? La página en blanco no es nada, o es algo tan mínimo que de tan alguito es una casi nada (¡uy, para qué habré dicho esto! Me llegan a la mente los tercetos del soneto de Hernández y me salen a borbotones como agua de la fuente: «Participo del ave por el trino;/por la proximidad, polvo, del lodo/ participas, desierto, del oasis,/ distancia, de la vena del camino:/ por la gracia de Dios -¡ved!-, casi todo./Gran-Todo-de-la-nada-de-los-casis».). Me perdí, retomo: la página en blanco no es nada y no podría decirse siquiera -al menos no sin ánimos de gastarnos una broma de poca monta- que tal vez, con suerte, ese papel llegaría a convertirse en una pequeña pieza maestra del arte literario. Como un émulo paupérrimo del 4´33´´ de John Cage, la página paliducha, sin marcas, haría las delicias (bueh, no es para tanto) de un par de lectores/as desprevenidos/as.

– ¿Vos viste la que se mandó el John?

– No, ni idea.

– Fijate que el quía se mandó una obra y David Tudor, ¿lo tenés?, la presentó en el Maverick y algo (no, no es la película pochoclera en la que estás pensando)…

– Yo no pienso en nada, ¿eh?, bah, pienso en gran-todo-de-la-nada-de-los-casis (¡otra vez!).

– Como prefieras. Lo interesante es que David hizo lo que te voy a leer ahora y está sacado de una nota del diario ABC, creo, porque a mí lo de las fuentes no me inspira, como le pasa a Birabent con la lluvia. Escuchá, escuchá:

“El 29 de agosto de 1952, el compositor David Tudor se acercó al piano instalado sobre el escenario del Maverick Concert Hall, en Woodstock (Nueva York). La audiencia siguió con los ojos al joven intérprete, que gozaba ya de cierta reputación en la vanguardia musical de Estados Unidos. Se sentó y, cuando todo el mundo esperaba la primera nota, cerró la tapa del piano y permaneció en silencio durante 30 segundos. Después volvió a abrir y cerrar la tapa, como señal de inicio del segundo movimiento, y volvió a quedarse inmóvil otros 2 minutos y 23 segundos, ante el asombro de los asistentes, muchos de los cuales comenzaron a abandonar la sala. Y repitió el gesto por última vez, permaneciendo en silencio 1 minuto y 20 segundos más, mientras leía la partitura en blanco que había frente a él”.

-¿Posta? ¿Estás segura de que esto pasó?

-A seguro se lo llevaron preso. Y esto ya lo mencioné en algún otro lado, creo, porque esto de la memoria es como lo de las fuentes y lo de la lluvia de Birabent.

Pero sí, esa composición calificada, entre otras cosas de “absolutamente ridícula”, esa oración silenciosa, decía, fue motivo de escarnio, de incomprensión, aunque terminó siendo un momento mítico de la música, si se me permite la adjetivación gratuita de alguien que no distingue un do de un re.

No puedo decir absolutamente nada (el casi todo de la nada del todo, ¡apa!, otra vez) sobre la creación de John Cage. Sin embargo, permítanme compartirles algo que me pareció luminoso sobre el proceso que lo llevó a imaginar una pieza de estas características.

Por lo que cuentan, más allá de que esta idea le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo, hubo dos cosas que lo terminaron por convencer. La primera de ellas fue conocer las pinturas blancas y negras de Robert Rauschenberg quien, para más precisiones, dijo aquello de “Un lienzo vacío ya está lleno”. Igual/distinto a la hojita en blanco que tímidamente amenaza con convertirse en la dislocación de todo sentido, las pinturas de Robert, llenan lo que ya está completo: ¿un todo sobre otro todo es, acaso, lo mismo que una nada sobre una nada?  Del mismo modo que el silencio de la pieza de Cage es, decimos con él, un lugar para el encuentro con otros sonidos que están plenos ahí, por fuera de las notas musicales:

“Durante el primer movimiento, se oía el viento que soplaba en el exterior; durante el segundo, las gotas de lluvia empezaron a repicar sobre el tejado. Y durante el tercero, las propias personas emitieron todo tipo de sonidos interesantes, mientras hablaban o se encaminaban hacia la salida», contó el propio Cage sobre su experiencia como oyente en el Maverick Concert Hall, aquel 29 de agosto de 1952”. 

El segundo acontecimiento fue su visita a una cámara anecoica.

-Disculpame, pero la cámara anecdótica, ¿qué es?

-Anecoica, sin eco, digamos.

-Eso mismo.

Básicamente es una cámara que permite experimentar la sensación del silencio absoluto. Y te digo más:

“Los ingenieros de Microsoft construyeron la habitación, conocida como cámara anecoica, para ayudarlos a probar los nuevos equipos en desarrollo y en 2015 estableció el récord mundial oficial de silencio cuando el nivel de ruido de fondo en el interior se calculó en -20.6 decibeles.
Para ponerlo en contexto, un susurro humano es de unos 30 decibeles, mientras que la respiración normalmente tiene sólo 10 decibeles. Esto se aproxima al límite de lo que debería ser posible lograr sin crear un vacío: el ruido producido por las moléculas de aire que chocan entre sí a temperatura ambiente se estima en unos -24 decibeles. El límite del oído humano se cree que es de alrededor de 0 decibeles, aunque sólo porque nuestros oídos no pueden recogerlo, no significa que no hay un sonido presente, por lo tanto, es posible obtener un valor negativo” (BBC Mundo).

-¿O sea?

-Te sigo leyendo: “Eliminando los ruidos diarios que normalmente ahogan nuestras funciones corporales, se hace posible oír el sonido de los huesos a medida que sus articulaciones se mueven y el zumbido del tinnitus puede volverse ensordecedor”.

-Tremendo.

-Sí, de hecho, se supone que más de una hora no se puede permanecer sin presentar algunos síntomas de locura.

-¿Y Johnny?

Retomo: Johnny. Cage fue a conocer una cámara de este tipo, menos sofisticada que la de Microsoft, pero anecoica al fin. Y se sorprende al escuchar dos sonidos donde no debería haber ninguno: uno agudo y uno grave. El ingeniero le dice, Be Good Johnny. No, nada que ver. Le señala que el primer sonido es su sistema nervioso y el segundo, su circulación sanguínea. Johnny, mirando al ingeniero con cara de “y bueh, qué le vamos a hacer”, se manda alta frase para la posteridad:

“Hasta que muera habrá sonidos. Y continuarán después de mi muerte. No hay que preocuparse por el futuro de la música”.

Y de esta manera hemos resuelto el problema de la página en blanco.
 
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Te contamos que el Instituto Argentino de Radioastronomía, dependiente del CONICET, del CIC y de la UNLP, cuenta con una cámara anecoica: https://www.iar.unlp.edu.ar/