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Naturaleza de órdago
Podré no saber la clasificación de las harinas: si no fuera por el color del paquete de una marca reconocida, me daría igual la cantidad de ceros, la explicación irracional sobre sus usos, la habilidad leudante o el mismísimo demonio que hace que finalmente, yo no pueda consumirlas. Podré, incluso, no saber la diferencia entre “tire” y “empuje” y sentir una pulsión criminal cada vez que me encuentro frente a una puerta con carteles semejantes. Podré, tengo que admitirlo, desconocer los puntos cardinales y/o cualquier otra referencia que me haga llegar a un punto de la ciudad sin sentirme cuatro o cinco veces perdida por trayecto. Nada se compara, de todas formas, con el placer enorme de encontrarme en el lugar al que iba casi por arte de magia. Algo, por lo demás, que me reconcilia con el lado luminoso de la fuerza.