Takotsubo

Takotsubo

1. Entre uno y tres

“De media, el corazón late unas 4.800 veces por hora, o lo que es lo mismo, unos 40 millones de veces al año y 2.600.000.000 a lo largo de la vida.

El marcapasos natural del corazón se encuentra en la parte superior de la aurícula derecha y se llama nódulo sinoauricular. Los impulsos eléctricos que ordenan latir al corazón se originan aquí, aunque algunos nervios pueden alterar el ritmo o la fuerza con que el corazón se contrae. Si los pusiéramos en línea recta, los vasos sanguíneos que distribuyen la sangre por el cuerpo humano podrían dar dos veces la vuelta a la Tierra, pero la sangre solo necesita unos segundos para realizar el viaje de ida y vuelta al corazón.

Nadie debería sorprenderse si digo que, dentro de ciertos límites, uno puede tener roto el corazón. Cuando sentimos un fuerte dolor y sufrimiento emocional, se liberan hormonas de cortisol, que pueden dañarlo. También, gracias a las técnicas de neuroimagen, sabemos que cuando se nos rompe el corazón, en el cerebro se activan los mismos canales neuronales de alerta que cuando tocamos con la mano una taza cuyo contenido está demasiado caliente.

Manipúlese con precaución” (Sanders, 2019: 97-99).

No sería un problema que se rompa el corazón si no fuera porque solo tenemos uno -a excepción de aquellos casos en que es preciso conectar un corazón sano a uno enfermo-. La duplicación de corazones gracias al trasplante heterotópico es una muleta provisoria: estrictamente hablando estaríamos repartiendo la carga dolosa para evitar la caída definitiva.
Es posible que, en ciertas circunstancias de nuestras historias personales, hayamos deseado ser un cefalópodo. De este modo, cual un pulpo que predice resultados de mundiales de fútbol, nos pasearíamos felices con tres corazones: “el corazón sistémico, el principal, y dos corazones branquiales, que bombean la sangre a cada una de las branquias situadas a los costados del cuerpo” (ibid.: 121). Y ni qué hablar si además de superpoblación corazonil se nos ponen las venas azules de tanto cobre. Un interesante rasgo real adquirido a fuerza de perder otras cosas.


2. Pulpo a la japonesa

Según dicen, fue Karl Pearson -aquel que cambió la C de su nombre por la K en claro guiño a su héroe Karl Marx, el científico que junto con Galton y Weldon fundara la revista Biometrika, el investigador que Galton pusiera al mando de su oficina sobre eugenesia, el mismo, el mismo-, quien insinuó la relación entre las emociones y el corazón quebrado.

Muchos años después que Pearson reflexionara sobre el dolor emocional y el trastorno físico, se explicita lo siguiente:

“…se ha descrito una nueva enfermedad que simula un infarto y que guarda relación con las descargas hormonales que se producen durante una emoción intensa. El cuadro clínico es muy similar a un infarto de miocardio convencional, pero las pruebas diagnósticas permiten descartar que se trate de una obstrucción coronaria. Parece que en estos casos el músculo cardíaco es especialmente sensible a las catecolaminas secretadas durante la emoción, se altera la contractilidad cardiaca y el corazón adopta una morfología característica, como el de un artilugio japonés que se utiliza para pescar pulpos, el Takotsubo. Dado que esta enfermedad se describió en Japón desde entonces se conoce con este nombre” (https://www.quironsalud.es).

Para más datos, y al solo efecto de no confundir gato con liebre:

“El síndrome del corazón roto es una afección cardíaca temporal que a menudo es provocada por situaciones estresantes y emociones extremas… También puede llamarse miocardiopatía por estrés, miocardiopatía de Takotsubo o síndrome de abombamiento apical.
Las personas con síndrome del corazón roto pueden tener dolor torácico repentino o pensar que están teniendo un ataque cardíaco. El síndrome del corazón roto afecta solo a una parte del corazón e interrumpe temporalmente la función normal de bombeo del corazón. El resto del corazón continúa funcionando normalmente o incluso puede tener contracciones más fuertes.

Los síntomas del síndrome del corazón roto son tratables, y la afección generalmente se revierte en días o semanas” (https://www.mayoclinic.org/es).

Por suerte, como vemos, la afección no es permanente. Y digo bien “por suerte”, ya que no me figuro pidiéndole al genio de la lámpara que me acondicione ocho brazos y tres corazones. No sé si hace falta una metamorfosis tan radical toda vez que sabemos del estado transitorio de la patología. Toda vez, por otra parte, que la transformación ya se ha producido en el pecho: ahora tenemos una vasija de pesca incrustada en el medio del alma. Algo, digamos, que deja a las florituras románticas tan cerca de lo patético que para qué les cuento.

3. Poniéndole fin al desvarío

A mí no me alcanzan los nulos conocimientos sobre medicina para establecer una relación que se me ocurre justo ahora cuando intento cerrar esta libérrima asociación. Pensaba si lo transitorio de la patología (el síndrome de Takotsubo) no solo suprime el dolor sino también la (de)formación de una partecita del corazón. Y si así no lo hiciere, ¿qué podríamos decir en torno al peso de este órgano vital? Digo, ¿será que pesa más un corazón una vez roto –vasijoforme– que un corazón que ha pasado sin arte ni parte por esta vida? Porque en ese caso, sí que tendría que llamar al genio y pedirle dos corazones más.

No sé si saben, pero a mí me convence esta idea del pesaje del alma en la Sala de la Doble Verdad donde la pluma de Maat es la contraparte en la balanza al final de los días. Ya sé que las ¾ de onza, o los 21 gramos es una medida que toda la comunidad médica da, en el mejor de los casos, por mítica. Sé que los experimentos de Duncan MacDougall a instancias de la báscula de plataforma estándar Fairbanks son, a todas luces, un despropósito: de cómo se toma una muestra, de cómo se la interpreta y de cuán representativa puede ser la misma. También sé que el alma y el corazón dejaron hace tiempo de ser una y la misma cosa.

Lo que no tengo muy en claro es si la pluma de Maat consigue equilibrar algo: tal vez no haya nada que esperar ni cosa alguna por la que andar cuidando el peso de cualquier órgano. Pero por si acaso, por si soplan vientos de cambio y a la naturaleza se le da por rebelarse y adoptar formas míticas, yo me cubro las espaldas o mejor, el corazón.


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