Escribo sobre una computadora a la que le he volcado el agua del mate. Y no sé cuánto me permitirá usarla sin entrar en crisis existencial que, en su caso, podría significar un chisporroteo de sus partes mecánicas. Si acaso me dijera que se está muriendo de alguna otra forma, la crisis existencial la tendría yo. Por ahora me conformo con la insistencia de la vida en un mundo sin sentido, crisis que está ahí desde que al universo se le dio por incrementarse pasado un fragmento de tiempo -10ˉ32 segundos- del Big Bang. Así que no quiero sorpresas, que ya bastante tengo con tratar de entender que eso que llamamos explosión es una singularidad y mi computadora se muere, se muere…
Volviendo. Yo quería escribir sobre algo por lo que entré en crisis. Strictu sensu no es tan así, no fue para tanto. Solo es una epifanía que tuve cuando WhatsApp decidió que podría transformar los audios recibidos en una irrespetuosa máquina de aceleración temporal. La tentación es enorme, me dije, y ahí fui a probar dos o tres audios para saber cómo suena alguien cuando el pulso se le acelera y se le juntan todaslaspalabrastodasenuninterminablecotorreoinfernal. Simpático, me dije. Muy gracioso, dice mi hija, que desde la fecha a esta parte se le da por apurar todos mis audios y no para de reírse. No quiero ninguna demostración del caso, por más que ella insista en que sueno un tanto desopilante. Prefiero pensar en términos de singularidad y por lo mismo, considerar que a los audios que envío solo puedo aproximarme matemáticamente.
Lo primero que pensé, les decía, es que este invento endiablado parecía un remedo patético de los cuantos de energía. Algo así como manifestar, de manera burda, la forma en que la energía se transmite de manera discreta: 1x, 1.5x, 2x. Claro, lejos de la proporción de los cuantos que descubriera Max Planck a principios del siglo xx, pero muy en el tono discrecional de una transmisión cualquiera. Ahí me enredé en una elucubración que para qué les cuento. Me dije que finalmente escribiría sobre los cuantos. Je. Pobre de mí. Recordé que antes de escribir este pequeño texto, tenía que traducir a mi lenguaje no nativo el problema del cuerpo negro, cuestiones relativas a la segunda ley de la termodinámica que también hablan de la supuesta renuncia de Boltzmann a la interpretación estadística, algo que nos lleva al misterio de la inscripción en su lápida (S = k log W) después que pusiera fin a su vida al borde del Adriático, aunque también tendría que trazar una línea discreta (¿o continua?) que nos condujera hacia la preocupación de Planck por dotar de sentido a algo que para él no lo tenía y mencionar algo sobre fotones, espectro lumínico, y más lejos todavía, dibujar un camino hacia el viejo Herschel midiendo la luz que atraviesa un prisma y reponer la fascinante historia de una constante universal….
Renuncié, como comprenderán. Me di cuenta que más allá de la mecánica estadística y otros enredos, el aceleramiento encubre otro problema: una estratagema del demonio para hacernos bullying en este plano físico. Sin más. Detrás de esta fachada jocosa de “mirá cuán expeditivos/as podemos ser y cuánto podemos aprovechar el tiempo que no nos sobra y no queremos perder en escuchar tu bla, bla, bla”, se esconde un profundo desprecio por uno de los actos más comunitarios que tenemos: el de la escucha. Es cierto, me dirán, que hace mucho que no nos escuchamos. Pero, ¿hacerlo tan obvio? Y es en ese punto que la verdadera distopía se abre camino. Es como si esta aplicación del teléfono nos anticipara que ha llegado el final de la escucha y nos dijera que es hora de reconocer que estamos frente al peor de los disciplinamientos: la tecnología del suponer. No digan nada, supongan. Nunca más un “¿qué me habrá querido decir?” Ya lo sabremos por anticipado: nos habrán querido decir aquello que queremos escuchar. Y punto. Qué tanto andarse prestando atención a los/as demás: una ensoñación que ni al más brutal de los idealistas se le hubiera ocurrido llevar a la práctica por miedo a que sus maquinaciones lo mirasen con desprecio.
Soy consciente de que muchas veces querríamos apurar el tiempo cuando lo que escuchamos es banal, innecesario, extremadamente largo, ocioso, etc. Pero es cuestión de no abusar de la herramienta, no de suprimirla. Después de todo, si dejamos sistemáticamente de escucharnos, perdemos la posibilidad de tener un criterio para determinar lo adecuado de lo excesivo, lo superficial de lo profundo. Estas determinaciones necesitan tiempo y práctica, mientras que suponer es algo que nos brota como la alergia cuando asoman los primeros indicios de primavera en los plátanos. Es una rendición innecesaria, a la que le seguirán otras y otras tantas.
Suponer contra escuchar es un mal negocio. Muchos/as nos hubiéramos perdido de saborear sonidos a los que no habríamos llegado de no ser por permitirnos la paciencia de un oído expectante. O no hubiera habido esto que llamamos humanidad sin fogatas y canciones, relatos, cuentos de los/as mayores.
Hoy que me niego a escribir porque entre otras cosas, necesito los dedos para cruzarlos así exorcizo la posibilidad de quedarme sin mi computadora bañada en mate con limón, vuelvo a escuchar a alguien a quien mis oídos le dieron una oportunidad: Souad Massi. Ella me trajo el sonido bereber que corre por sus venas y la dulce canción Raoui (El Contador de Cuentos):
“Oh Contador de Cuentos,
cuéntanos una historia
que sea un cuento.
Háblame de los viejos,
háblame de las 1001 noches,
y sobre Lunja, la hija de Ghoul
y del hijo del Sultán.
Estoy por contar una historia
que nos alejará de este mundo,
Estoy por contar una historia.
Que nos alejará de este mundo.
Estoy por contar una historia
Cada uno de nosotros tiene
una historia en su corazón.
Narra y olvida que somos adultos
en tu mente somos jóvenes.
Estoy por contar una historia
cuéntanos sobre el cielo y el infierno.
Estoy por contar una historia
acerca del pájaro que en su vida jamás voló.
Oh Contador de cuentos,
cuéntanos tal como te lo contaron a tí.
No agregues nada, y no dejes nada por contar,
que nos alejará de este mundo.
Estoy por contar una historia
haznos comprender el significado del mundo.
Estoy por contar una historia
cuéntanos tal como te lo contaron a tí.
Narra y haznos olvidar este momento
Y déjanos el “había una vez”…