«Digan lo que digan de lo inadecuado de una traducción, esta tarea es y siempre será uno de los emprendimientos más complejos y valiosos de los intereses generales del mundo». Goethe |
1.Captura de pantalla
El origen de esta intervención es, literalmente, una captura de pantalla. Una de esas tantas que saco y atesoro como si fuera Au o Ag o el actualísimo W. Porque, a decir verdad, mi memoria se parece mucho a la de Dory, la entrañable y olvidadiza amiga de Nemo (léase, el pez payaso de la peli infantil, no el capitán elucubrado por Verne). Porque, insisto, mi memoria a corto plazo es de cortísimo plazo; si algo resulta de interés, ¡ahí sale captura de pantalla para inmortalizar el momento que algún día rescataré de las fauces del olvido!
Esta vez la captura de pantalla le “robó” letra al IG del Museo de Química y Farmacia de nuestra Universidad. Finalizando el año que pasó, publicaron algo que llamó mi atención: la reciente adaptación de la tabla periódica propuesta por Dmitri Mendeléyev en 1869 nada más y nada menos que al Kichwa o Quechua*. Así explicaban en la red social la intención de esta propuesta:
“Siendo un vínculo entre el esquema científico y cultural, para favorecer las vocaciones científicas en estudiantes de pueblos originarios, el 29 de noviembre de este año [2021], la American Chemical Society -ACS, presentó la tabla periódica en Kichwa, una lengua nativa ecuatoriana, conocida como Quechua en nuestro país, un dialecto empleado, principalmente, en nuestras provincias del Norte.
La adaptación de la Tabla Periódica de los elementos químicos a esta lengua, tuvo en cuenta sus diferentes variaciones lingüísticas y la opinión del hablante de kichwa o quechua para asegurar la aceptación de esta herramienta científica en estas comunidades” (@museodequimicayfarmacia).
Esta idea de traducción, por lo demás, fue explorada para otras lenguas como el nahuátl (llevado a cabo por investigadores/as del Instituto Tecnológico Superior de Zacapoaxtla), entiendo que inspirada por el mismo objetivo de acercar la ciencia occidental a otros pueblos. Por su parte, el producto de la traslación idiomática al quechua, se basó en una adaptación fonológica del español a la lengua originaria, y constituye una herramienta interesante para familiarizar a una comunidad con cuestiones que le son, en principio, ajenas (por ejemplo, la notación científica occidental). Por otra parte, la necesidad de traducir, de buscar colectivamente -más allá de las diferencias dialectales- las palabras “justas”, impacta y mucho sobre la promoción de la escritura y de la lectura de una lengua que se extiende por la andina columna vertebral de América del Sur.
Por contrapartida, la química se puebla de sonidos que le resultan extraños: Yakutiksi es nuestro Hidrógeno, Anta remite al Cobre, se nombra como Mintilipyu al elemento 101, el mendelevio (Md) o también, el elemento del homenaje tardío a Dmitri en 1955.
2.Traducción libérrima
Sin embargo, el arte de la traducción lleva consigo la marca de una traición: algo se pierde en cada una de ellas, algo del mundo otro muere irremediablemente cuando buscamos el símil para esta o aquella palabra escurridiza que solo da indicios de qué cosa pueda ser para el/la hablante nativo/a. Lo traducción niega sentidos a la vez que inaugura otros nuevos: imagina un mundo que no nos pertenece haciéndonos partícipes de un reino discursivo que acaba de ser inventado. Rémoras de la alteridad, las palabras sustitutas en otra lengua, con otros colores, con mil bordes ahora frontera, después muros, disparan figuraciones que nos llevan del texto a sus autores/as, de lo dicho a lo vivido…
¿Cuál de todas estas figuraciones está más cerca de la verdad o ilustra mejor los sentidos de una palabra: el Xenón o Sinun -según figura en la Kimiku Nipakunapak Willaypanka-, o el extranjero del Sistema Periódico que Primo Levi apura con estos términos?
«En el aire que respiramos existen los llamados gases inertes. Llevan extraños nombres griegos, de raíz culta, que significan «el Nuevo», «el Oculto», «el Inactivo», «el Extranjero». Tan inertes son, efectivamente, y tan pagados están de sí mismos que no interfieren en reacción química alguna ni se combinan con ningún otro elemento, y precisamente por eso han pasado inadvertidos durante siglos. Hay que llegar a 1962 para que, tras largos e ingeniosos esfuerzos, un químico de buena voluntad lograse obligar al Extranjero (el xenón) a combinarse fugazmente con el avidísimo y no menos vivaz flúor, y la hazaña se consideró tan extraordinaria que le valió el Premio Nobel. También se llaman gases nobles, aunque aquí se podría discutir si todos los nobles realmente son inertes y si todos los inertes son nobles; se les llama también, por último, gases raros, a despecho de que uno de ellos, el Inactivo, esté presente en el aire en la respetable proporción de un uno por ciento, lo cual quiere decir que es veinte o treinta veces más abundante que el anhídrido carbónico, sin el cual no existirían rastros de vida sobre nuestro planeta (1999: 3)».
Y, nobleza obliga, estos gases inertes descritos tradicionalmente como los que se encuentran en el extremo derecho de la tabla periódica, y que resultan ser gases incoloros, inodoros, insípidos y no inflamables en condiciones normales y que además presentan una reactividad química muy baja debido a que su última capa de electrones está completa, devienen ahora, parte del árbol genealógico de Primo. La inercia, la nobleza, flota en la vida familiar del químico rememorando combinaciones impensadas en este sector de una tabla que logró comprimir números atómicos, masas atómicas, electronegatividades, energía de oxidación y… todo, todo, en ese cuadro que presenta los elementos químicos existentes ordenados según sus propiedades físicas:
«Lo poco que sé de mis antepasados me los hace afines a estos gases. No todos eran materialmente inertes, porque no se lo podían permitir; eran, por el contrario, o tenían que serlo, bastante activos, por necesitar ganarse la vida y a causa de cierto moralismo imperante, de acuerdo con el cual «quien no trabaja no come»; pero inertes seguro que lo eran en su fuero interno, dados a la especulación desinteresada, al discurso ingenioso, a la discusión de buen tono, sofisticada y gratuita. No debe ser una casualidad el que todas las anécdotas que se les atribuyen, a pesar de ofrecer bastante variación, tengan en común un no sé qué de estático, una actitud de digna abstención, de voluntaria (o aceptada) marginación con respecto al gran río de la vida. Nobles, inertes y raros, su historia es bastante pobre en comparación con la de otras ilustres comunidades judías de Italia y Europa» (Levi, 1999 :3).
Cada elemento registrado en su Sistema, le lleva Primo a trenzar la vida humana con la vida elemental de la tabla: y hay metáforas que se escurren entre el níquel, el hierro, el cerio, el oro. Nada como mezclar la vida en una redoma para hacernos más sencillos algunos tránsitos, algunos duelos.
¿Es acaso Primo un traidor por arrastrar los elementos químicos a la guerra, al hambre, al desconsuelo? ¿O toda traducción supone, como hemos dicho, la potencialidad de herir de muerte una lengua para revivirla bajo otros ropajes?
3.Traducir qué a quiénes
Tal vez, como pensara Goethe, detrás de cualquier traducción, se abre el mundo como posibilidad de encuentro. Solo que ese encuentro no puede ni debe ser unilateral: sabemos, desde que nos corre sangre por las venas, que toda lengua impone a sus hablantes los márgenes de sentido. Todas por igual hacen brotar un mundo y en consecuencia sabemos, claro que sabemos, que no todos los brotes prefieren convivir bajo el mismo cielo.
Por ello es que la traducción, desde siempre traidora, debería convertirse -paradójicamente- en un fenómeno de conciliación de mundos, de hallazgos intermedios para que las fronteras se vuelvan permeables en ambos sentidos. De lo contrario, siempre hay un mundo que prevalece, siempre hay una lengua que inunda de sentidos la tierra de tantos otros sentidos. Ese lugar intermedio, es la aparición de una tercera cosa, de un momento no reductible ni a una lengua ni a la otra. Como en el enigma borgiano, esa terceridad es una totalidad surgida de partes que no la agotan:
«De la fortuita conjunción de un astrónomo persa que condescendió a la poesía, de un inglés excéntrico que recorre, tal vez sin entenderlos del todo, libros orientales e hispánicos, surge un extraordinario poeta, que no se parece a los dos (Borges, «El Enigma de Edward Fitzgerald» 1989: 67)».
Vuelvo a mi captura de pantalla y me alegra saber que detrás del proyecto de adaptación de la tabla periódica existe la pretensión de integrar a las minorías a un proyecto más global donde la ciencia ocupa un rol fundamental.
Creo, sin embargo, que no puedo dejar pasar esta ocasión sin insistir sobre un aspecto no tan visible de la ecuación, esto es, sobre los saberes que traen consigo esas minorías y los eventuales aprendizajes que podríamos obtener. Solo cuando ambas líneas abismales coexistan, se complementen, podremos empezar a hablar de justicia epistémica.
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*Debemos aclarar que en el trabajo donde se presenta la propuesta original de adaptación de la tabla periódica, se enuncia lo siguiente: “Quechua is a similar language to Kichwa, the second official and native language of Ecuador. However, Quechua has a different alphabet than Kichwa; therefore, the phonological adaptation is different” (Andino-Enríquez et.al. “Adaptation of the Periodic Table to Kichwa: An Ecuadorian Native”. En J. Chem. Educ. 2022, 99, 1, 211–218 Publication Date: October 8, 2021).