La diferencia entre pedir un café negro o solo o simple y una lágrima es nada más que una diferencia poética. Sin embargo, ¡vaya diferencia que se rescata en la literalidad de lo mencionado!
Pensemos por un momento en esta situación que me asalta cada vez que enuncio: – “una lágrima, por favor”. Ocurre que la mera mención de un café con estas características invita a suponer que si quien está del otro lado del mostrador compartiese cierta sensibilidad idiomática con quien solicita el brebaje, tendría que devolver un café negro a la vez que desanda una anécdota triste capaz de generar la lágrima requerida. No imagino mejor manera de serle fiel al idioma. No sospecho una dosis mayor de intimidad cafeteril en plena mañana mientras el día se empeña en sacarnos del tibio resplandor de un ojo semiabierto.
Y así los días comienzan con una lágrima compartida entre clientes/as ocasionales y cafetero/a sensiblón/a. Y tanta nostalgia solo porque el idioma permite una y otra vez que los sentidos se disloquen, que las sensaciones sugeridas por una palabra se multipliquen como peces y panes en el desierto.
No sé, debo aclarar, si hay otras formas más sugerentes para pedir un café y terminar llorando, por caso. Tal vez, haya algunas denominaciones que se aproximen a la fuerza poética de la lágrima. Pienso en algunas curiosidades que aparecen en la web y me instalo por un instante en las secuencias imaginativas de algunas denominaciones; por intentar una, “Shot in the dark”. Es un café, dicen, más fuerte que el que acostumbran a tomar en Estados Unidos. Ahora, si la lágrima necesita tan solo de una anécdota triste para manifestarse, este tipo de café requiere la anuencia de la NRF (National Rifle Association). Anuencia, sin lugar a dudas, que llega sin que se la pidan.
Y ahí van, los/as infortunados/as bebebores/as de café fuerte como quien no quiere la cosa, aturdidos/as por el disparo. Confieso, no sé qué prefiero, llorar a lágrima partida o acelerar el paso porque se viene tiroteo en 3, 2, 1…
Vuelvo a buscar nombres de café más amables y encuentro otra perlita de nuestro español: “café del tiempo”. Este invento valenciano que se toma helado, azucarado y con una nota opcional de limón es una invitación a fabricar mundos. ¿Qué ofrece un café del tiempo? ¿Recuerdos? ¿Memorias colectivas compartidas? ¿Vivencias de tiempos otros? Literal y sencillamente, ¿tiempo?
– “Un café del tiempo, por favor”.
– “¿Qué tiempo prefiere usted, pasado, presente, futuro?
– “Futuro, gracias”.
– “No tengo, disculpe, se agotó en el vaso que compró el señor que llegó justo antes que usted”.
– “Vamos con un pasado flojo, liviano”.
– “¿Algún pasado en particular?”.
– “No, no. Lo que encuentre”.
– “Muy bien. Sale café del tiempo de la Guerra de Cien Años”.
Y así arranca el día con una disputa que tardó 116 años en resolverse, me digo, porque no fueron cien exactos, fueron más. Claro que, pienso, qué les hacen esos añitos a los cien que ya habían pasado entre campos regados con sangre provista por Plantagenet y Capetos.
Y mientras recorro los pasos que me llevan al trabajo me pregunto si acaso al duque de Aquitania se le daba por un cafecito reparador en su tienda de campaña y entonces me digo que imposible, que no puede ser, que el café del tiempo me está mezclando los tiempos porque el café no sé si había sido introducido en Europa en ese tiempo que ahora es mi tiempo porque para eso me compré un café del tiempo y no una lágrima como tenía pensado al comienzo del día y entonces me busco la historia del café para no confundir higos con brevas -que para variar nunca vi una breva y sospecho que me resultará tan empalagosa como los higos-, y allí la historia me asiste dándome la razón porque esta guerra terminó en el siglo XV y el café aparece en Europa tiempo después: “Los comerciantes venecianos fueron los que primero llevaron el café a Europa en 1615. Esa fue la época en que también aparecieron en Europa las otras dos grandes bebidas calientes: la primera, el chocolate caliente, que llevaron los españoles de las Américas a España en 1528; la otra el té, que se vendió por primera vez en Europa en 1610. Al principio el café lo vendían sobre todo los vendedores de limonada y se creía que tenía cualidades medicinales. El primer establecimiento de café en Europa se abrió en Venecia en 1683, y fue el famosísimo Caffè Florian de la Plaza de San Marcos, que abrió sus puertas en 1720 y sigue aún hoy abierto al público. El mayor mercado de seguros del mundo, Lloyd’s de Londres, empezó a funcionar como un establecimiento de café. Empezó el negocio en 1688 Edward Lloyd, que preparaba allí las listas de los buques que sus clientes habían asegurado” (https://www.ico.org/), pero esto no tiene relevancia porque mientras sigo de camino, se siguen matando ingleses y franceses, aparece Juana que escucha voces y que se corta el pelo como en los años locos, les da una victoria decisiva a los franceses, la encarcelan los ingleses, nadie hace nada para rescatarla, muere en la hoguera, triunfan los franceses en la batalla de Castillon que para mejor resulta ser el primer triunfo en la historia de la artillería móvil de campaña (dato que no sé para qué me lo trae el café) y los ingleses solo se quedan con Calais…
Y ahora que lo pienso mejor, tal vez debería haber supuesto que el café del tiempo solo otorga tiempo extra, tiempo suplementario, adicional, de yapa, como para aprovechar al máximo el tibio resplandor de un ojo adormilado que comienza el día sin saber si acaso encontrará la sensibilidad justa para brotarse de lágrimas o para iluminarse con la fantasmática sucesión de episodios imaginarios que pueblan ese exacto momento del día en que ni estamos tan despiertos como querríamos ni tan dormidos como sospechamos.