Vidas cruzadas: Meucci y Bell

Vidas cruzadas: Meucci y Bell

“- ¿Centro de control?, habla el Agente 86…Bien, se interrumpe la conexión por zapato, cambio
a billetera.
-Hola Central, voy a hablar por anteojos, pero no cancelen billetera ni zapato…”
(Un capítulo del Agente 86)

Cada quien sabrá en qué consiste su fortuna personal. La vida trae prodigios a manos llenas.  Nada resulta extraño a la luz de tanta abundancia.

Es cierto que, sin embargo, así como la vida trae cosas extraordinarias, también viaja con los bolsillos agujereados. Nada nuevo bajo el sol.

La historia humana se juega un tute entre lo cíclico, lo lineal y lo espiralado. Y en el mientras tanto, vamos y venimos de miserias a fortunas sin mucho esmero.

Como quiera que sea, nuestras pequeñas historias se tejen con los mismos hilos que la de los grandes acontecimientos, y esos fragmentos vividos se unen a la marcha de esa partida que espera su as de triunfo en la próxima mano. 

Mientras las cartas se barajan, contaremos una historia de marzo que tiene que ver con el teléfono, o con la comunicación, o con la falta de ella, o con la necesidad de ella…O con esa enorme historia de ausencias y presencias sonoras.

1. Antonio: under any sky

El teletrófono, bautizado después, teléfono, fue un invento de un florentino: Antonio Meucci. Ingeniero químico e industrial, vio interrumpido su trabajo en Italia por la situación política de su tierra, allí por 1835. Con su esposa Ester llegaron a Cuba, donde el ingeniero encontró trabajo en el Gran Teatro de Tacón en La Habana. Un incendio en el teatro terminó con el olor del mar que viene desde el malecón. El matrimonio pone fin al caribe y culmina su derrotero en Clifton (Estados Unidos), donde terminarán sus días.

La fábrica de velas de parafina (este invento también se lo debemos a él), no alcanza para cubrir los 250 dólares que cuesta patentar aquello que ha inventado para 1860: un aparato para comunicar su escritorio con el dormitorio de su esposa, postrada por una dolorosa enfermedad. 

Antonio jamás logra la patente -la fortuna le ha sido esquiva. Solo obtiene el “caveat”, que es un trámite provisorio para resguardar la patente durante el plazo de un año. 1872 y 1873 son los años en los puede proteger su invento de los buitres. Para esas fechas intenta, sin éxito, hacer una demostración de su invento a un empresario de la West Union Telegraph Company. Casualmente, todos los papeles del descubrimiento terminaron en las manos de Edward Grant, tal el nombre del emplumado. 

2. Alexander: el discurso visible

El 7 de marzo de 1876, Alexander Graham Bell patenta el teléfono. Mejor dicho, lo que describe en la patente es un aparato muy similar al inventado por Meucci. Teléfono es una palabra creada por el inventor y científico alemán Johann Philipp Reis quien, en 1860, logró pronunciar unas palabras en un aparato parecido. Dicha frase, poética e inolvidable, fue: “Das pferd frisst keinen gurkensalat” (el caballo no come ensalada de pepino).

La historia de lo que pasó a partir de allí es tan extraordinaria como la revolución que significó el teléfono para las comunicaciones. Solo para mencionar un dato que puede darnos dimensión de los efectos de este invento diremos que, en diez años, la recién fundada Bell Telephone Company ya había vendido más de 150.000 aparatos en Estados Unidos. 

Alexander Graham Bell le había dado una voz a, tal vez, una obsesión familiar. Su padre, otro Alexander, trabajó sobre fonética y, en particular, sobre el discurso visible: un sistema no auditivo para ayudar a los sordos a aprender y mejorar su discurso. Este sistema consta de un conjunto de símbolos fonéticos que representan la posición de los órganos de fonación en los sonidos articulados. Se aplicó durante una década aproximadamente y cayó en desuso puesto que fue considerado muy complejo de aplicar frente a otras opciones.

La necesidad de mejorar la comunicación en todas sus formas parece correr por las venas de esta familia en la que hasta su apellido “suena”. 

3. FonoPostal: para envidia del zapatófono

El FonoPostal fue un servicio postal experimental de Argentina que comenzó en 1939 y tuvo su auge entre 1942 y 1943, tiempo en el cual se enviaron unos 200.000 mensajes. La idea era muy simple, aunque onerosa. “El servicio utilizaba unos equipos de grabación móviles montados en vehículos especiales donde se hacían las grabaciones, las cuales se registraban sobre discos con una cara de cartón y otra de acetato de 8 pulgadas a 78 rpm. Los discos luego eran enviados por correo dentro de sobres reforzados especiales (…) Samuel Fucks era en 1939 el jefe de Despacho Interno de la Dirección de Correos de la Administración Postal Argentina cuando pensó que su forma de aprender idiomas, a través de discos, podría ser transformada en una nueva manera de servicio postal” (https://proyectoidis.org).

El servicio fue utilizado para múltiples propósitos: los músicos de la época, por ejemplo, enviaban sus nuevos temas a las emisoras. Pero por lejos, la mayor utilidad era la que prestaba a quienes no sabían leer ni escribir y, sin embargo, querían “acortar distancia” con sus afectos. Todos/as salían de la cabina con una estampilla y una púa. El correo hacía el resto, y allí, en otro rincón del territorio, alguien escuchaba la voz añorada. Por $1,50 el receptor o la receptora, enviaban su respuesta del otro lado del vinilo. La magia también puede sonar a 78 revoluciones por minuto.

No sabría decirles el porqué, pero en 1969 y en un congreso en Tokio, el servicio fue revocado por la Unión Postal Universal. 

4. Final de juego

Antonio murió en 1896, y el proceso contra Bell murió con él -aun cuando el gobierno de Estados Unidos había acompañado al florentino en su demanda, iniciándole acciones legales por fraude a Alexander. 

Pero la rueda de la fortuna sigue girando y la partida comienza otra vez: es 2002, la cámara de representantes de Estados Unidos en su Resolución nro 269 falla a favor de Meucci reconociendo que fue él quien, en 1854, inventó el teléfono. 

Las campanas siguieron sonando, el oro y la fama cayeron del lado de una familia cuyos desvelos hicieron mucho por aquellos/as a los/as que la vida privó de una riqueza tan intangible como el sonido de la lluvia, o el estallido de una risa descontrolada. 

Del otro lado de la balanza (o en otra disposición de la baraja), el hombre que solo quería cuidar de su amada, había sido reivindicado. Es justo pensar que, en algún no lugar, el congreso de Tokio no pudo ser. Es justo creer que las voces de Antonio y de Ester suenan en el infinito espacio que media entre una de cal y otra de arena. Quién sabe si no andarán por alguna esquina etérea enviándose discos de acetato grabados a 78rpm.