Ainsi, dèjá, tu vas entrer dans mon passe

Ainsi, dèjá, tu vas entrer dans mon passe

1.Fascinación por lo que fue

Es más que justo decir que nuestra mirada siempre se orienta hacia atrás. No importa cuántas veces estemos pensando en nuestros proyectos, en esos pasos consecutivos que nos llevarán a concretar nuestras propias promesas. El futuro solo puede ser advertido desde el impulso pasado. No hay nada que aprender de lo que todavía no es, convengamos de una vez por todas. ¿Y de lo que es? ¿Qué podemos decir? Nada y todo. Porque lo que es ya es un fragmento del pasado. El tiempo nos juega malas pasadas y nos mete en enredos que para qué les cuento. Tal vez la forma más sencilla de figurarnos esta fascinación inconsciente por el pasado se nos vuelva transparente si hablamos sobre el recorrido de la luz en el universo. Después de todo, la información que recibimos mucho tiene que ver con ella. Tal vez por eso, insisto, aquello que no iluminamos no será nunca motivo de conversación. Las palabras parecen llegar hasta donde la luz lo permite. Y la luz viaja desde el pasado hacia este presente que recupera los fragmentos brillantes de lo que ha sido como cristales de arena en la playa que somos.

Párrafo aparte y como quien no quiere la cosa, sabemos que nuestro querido sol es la estrella más próxima a nosotros/as. Se encuentra a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, en consecuencia, su luz tarda 8,3 minutos en llegar hasta la Tierra (si tenemos en cuenta que un año luz equivale a unos nueve billones de kilómetros). Pero, así las cosas, ese sol que se empeña en traspasar el vidrio de mi ventana, no es este sol sino el que fuera hace 8,3 minutos en el pasado.
Detrás del Sol, la siguiente estrella más cercana, se encuentra a 4,3 años luz. Mientras se ilumina el cielo con un parpadeo vibrante, todo lo que vemos es, en realidad, aquello que se estuvo iluminando hace unos cuatro años luz. Y de este modo podemos seguir la danza del pasado hasta una observación que, según nos cuenta la NASA, se hizo apenas ayer:

“En el año 2016, el Telescopio Espacial Hubble de la NASA observó la galaxia más distante, llamada GN-z11. Está a 13 400 millones de años luz, lo cual significa que la estamos viendo como era hace 13 400 millones de años en el pasado: solo 400 millones de años después del Big Bang. Es una de las primeras galaxias que se formaron en el universo” (https://spaceplace.nasa.gov).

Esta extraordinaria observación nos permite dimensionar sobre qué aspectos “cercanos” estamos fundando nuestra identidad estelar. Enredada entre las capas del tiempo, nuestra comprensión comienza a desentrañar ahora lo que ocurrió hace nada menos que trece mil cuatrocientos millones de años luz atrás.

Lo increíble de todo esto es que pareciera que siempre estamos mirando de frente lo que está a nuestra izquierda. Según cuentan, así nos representamos muchas veces el pasado quienes escribimos en esa dirección, esto es, de izquierda a derecha y, por el contrario, no parece ser el caso de quienes poseen un sistema de escritura sinistroverso. Una afirmación arriesgada que creo haber leído por allí y cuya expresión queda asentada solo a los efectos de que alguien me diga que sí, que por supuesto, que cómo vas a dudar (y me ofrezca un par de bibliografía para apoyar esta suposición).

Ya me fui de tema. Todo indicaría que la asociación jupiteriana se muere por salir al ruedo y no puedo más que dejarla fluir porque hasta ahora sabemos lo que ya ha sido configurado antes y como buen determinismo exige, reclama, ruega, su realización.

Para ser fiel a la ocurrencia, este texto comenzó al revés. Me encontré escuchando al Polaco Goyeneche y de ahí surgió todo lo demás. No dudé en aprovechar la ocasión: adoro contar la anécdota sobre el verso fatal del tango Los Mareados, anécdota, por otra parte, que me había llegado de manera absolutamente trastocada. Aunque, ¡qué importa!, tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero, ¿no?

2. Dopados, mareados, pasados

Un tango con una melodía y tres letras. Un tango atravesado por el lunfa, la censura y la más exquisita prueba de que un buen tango no se le niega a nadie.

El enredo empieza en el año 1922 cuando Juan Carlos Cobián presenta “Los dopados”, en el estreno de la obra de teatro del mismo nombre. Dos grabaciones surgen a partir de allí: una instrumental, de Fresedo, poquitos meses después de esta presentación y una del propio Cobián en 1924. Esta última ya presenta una letra solo que muy distinta a la que adquirirá la melodía andando el tiempo.

El olvido llega, pero la luz tarda en atravesar el espacio. Esa demora encuentra a Troilo rescatando la grabación de Fresedo y desconociendo que se tratase de un tango con letra incluida. Y ahí nos podemos imaginar a Troilo llegando a la puerta de la casa del gran Enrique Cadícamo y pidiéndole letra para un tangazo que acaba de rescatar del fondo cósmico. Cadícamo apura unas letras que mueren por ocupar el aire contenido en cada tiempo definitorio:

Rara…
Como encendida
te hallé bebiendo,
linda y fatal…

Y sale al éter con un tangazo amarrado al firulete de un bandoneón. No dura mucho su discurrir fané y descangayado. La censura impuesta en el año 1943 le exige suprimir el contenido lunfa y toda referencia al alcohol deslizada/explicitada en la letra. El relato que aparece en la página de Todo Tango nos devuelve una historia insólita sobre Cadícamo revisando el tango y renombrándolo “En mi pasado”. A la vista del censor, don Enrique reformula sus estrofas y cuando éste las aprueba, el letrista destroza la hoja rabiando un “pues sepa que esto es una porquería”. El tango resurge años más tarde, cuando el lunfardo deja de ser un slang despreciable de la yeca.

¿Cómo alguien podría tocar semejantes versos? Es un acto tan demencial como querer variar a destajo los tres grados Kelvin que envuelven el fondo de radiación cósmica que nos trae noticias del comienzo del universo. Y no es un abuso de la analogía, en absoluto.

Les decía que si hay algo que no se puede tocar es, entre tanto, la belleza del verso que transfigura cualquier emoción: “Hoy vas a entrar en mi pasado”. Ese verso resulta similar/igual/parecido a otro del poema Finale de Paul Geraldy “Ainsi, dèjá, tu vas entrer dans mon passe”, escrito en 1913. Hubo traducciones que suprimieron el verso y otras que, como mencionan en la página citada arriba, lo destrozaron: “así, tú en mi pasado vas a entrar”.

Sea como fuera, si Cadícamo conocía el poema, si no lo había visto, si fue una frase soñada por ambos autores recordando un amor perdido, lo cierto es que ese verso -a la par de algún otro de Naranjo en Flor– no admite milonguera comparación. El tango no puede ser más que la expresión consumada de este principio fundamental de su filosofía: el pasado como la única puerta. Pero esta filosofía de arrabal quizá conlleve un sino cosmológico e indique, en su profana saciedad de 2×4 lo que ahora ya sabemos con precisión: que el objeto de nuestras preocupaciones presentes es, en cualquier caso, el eco del pasado. De modo que, haciendo uso de una lógica digna de Madame Ivonne (cuyo dolor conmueve bajo su pena de nieve), declarar el ingreso al pasado de algo o de alguien es, desde la presunción lumínica del mundo, redundante.  

Mutatis mutandi, si por casualidad alguien te dijera que vas a entrar a su pasado, dos cosas deberían serle aclaradas al susodicho o a la mentada señorita: que se esfuerce poéticamente en la despedida porque de hecho ya estás en el pasado y, para unir este relato con el de otros jueves, que le garúe finito.


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