Luz nocturna

Luz nocturna

De hierro hay una selva donde mora
el alto lobo cuya extraña suerte
es derribar la luna y darle muerte
cuando enrojezca el mar la última aurora.
(La Luna, J.L.Borges)

1.«Ibant obscuri sola sub nocte per umbram» (Virgilio, Eneida 6:268)

Erraban oscuros bajo la solitaria noche entre la sombra. La hipálage de Virgilio ha sido arduamente trabajada y a mí no me corresponde más que esperar que la traducción elegida no sea un grosero error.  Con la inversión lógica de los adjetivos contenidos en esta extraordinaria frase, Virgilio nos arroja a la comprensión de la profunda soledad/oscuridad que acompaña el descenso de la Sibila y de Eneas al mundo de los espíritus.

No podemos esperar otra cosa de este descenso: casi que lo menos que se nos puede ocurrir en el camino al infierno es la sustitución adjetiva de Virgilio. No sé ustedes, pero yo ya hubiera pasado por varias casas de venta de artículos de camping y recién ahí, munida de linternas (sí, más de una), bengalas y otros artefactos lumínicos, hubiera encarado el camino con algo más de decencia. Entiéndase por decencia, ir surcando el trayecto descendente con la frente alta, y no pegada al piso cual salamandra en apuros.

Dicho todo lo anterior sin pensar siquiera en la forma abrupta en que he descendido de la belleza de un latín lustroso a los impensados circuitos que podrían hacerme ir al infierno a visitar a un par de espíritus. Lo que me hace pensar que qué cosa esta la de andar bajando y subiendo por los mundos como quien no quiere la cosa, cuando es más fácil dar por terminada una historia y dejar que la gente se vaya por donde vino, a saber, la nada misma, porque digámoslo, no tenemos idea si acaso esto del inframundo funciona o si tan siquiera existe; yo como que a veces prefiero que todo se resuelva en la llana visión de este territorio entre dos nadas que llamamos vida y así y todo, ¡qué tentación la de mandar héroes, bardos, sacerdotisas, adivinas, y un sinnúmero de etcéteras a otros lugares!, ¿no?

Y el infierno, finalmente, es este relato, porque yo traía a cuento esta frase solo porque es una que surge cuando vuelvo sobre la idea de la importancia de la luna para la humanidad. Cuando retorno a la fascinación que genera esta luz nocturna cuya ausencia despierta todos los demonios. Sin ese frío y sutil halo de plata, quizá nuestro inconsciente hubiera sido del tamaño de varios mundos: hubiéramos tenido que reforzar nuestras fronteras mentales para que la oscuridad no nos colonice.

La noche es ese segmento del día en que nada es o que en el que todo es posible. Ninguna cosa en la vigilia -bajo la luz del sol- se le parece: el día es el territorio de lo cotidiano, de lo obvio, del esfuerzo por mantener el camino harto transitado. Solo la noche sugiere, invita, habilita todas las sendas que no son, que no pueden ser, que tal vez no sean nunca. Pero solo la noche sugiere, invita y habilita cuando la luna no está. En algún sentido, la luna es el último refugio del día, la última cuerda que nos liga al mundo terrenal, a la suave sucesión de eventos que no se interrumpe, que tan solo reposa.

Tal vez por ello la luna es una metáfora tan recurrida, un elemento del mundo insoslayable, una amistad que viene de tiempos inmemoriales porque, así como la vemos hoy, así la vieron los/as primeros/as en la línea de sucesión bipedestante.

Pero, ¿quién es esta hermana en la noche? ¿Este ser del que se han dicho tantas cosas? La cosmogonía no pudo nacer sin ella y no hay cultura a la que se le escape la necesidad de contar cómo es que nació este punto de luz blancuzco en el horizonte de nuestro cielo.

2.Hipótesis sobre la luna

Fatoumata Kébé*, narra, en El libro de la luna (2019), algunas historias sobre el origen de la luna. Muchas de esas historias se enredan inteligentemente con mitos antiguos que “parecen” sugerir interesantes correlaciones entre lo que dijeron pueblos antiguos y las investigaciones más actuales.

Una teoría reciente afirma que la luna es producto de un choque, de un violento impacto que terminó generando, entre otras cosas, “la desaparición en las futuras rocas lunares de elementos volátiles como el carbono, el nitrógeno y el hidrógeno. Lo que permitiría explicar las notables diferencias de composición entre la Tierra y la Luna y, muy especialmente, la escasa proporción de hierro en el satélite” (Kébé, 2019: 40).

De hecho, en 2020, un artículo en internet difunde lo siguiente sobre conclusiones de un estudio realizado por la NASA:

“Nuevas informaciones en torno al origen de la Luna. Un estudio de la roca lunar realizado en la NASA ha mostrado evidencias de que el satélite nació después de que otro planeta se estrellara contra la Tierra hace miles de millones de años. La teoría explica que cuando la Tierra era un planeta joven y comenzaba a formarse, fue golpeada por otro planeta emergente llamado Tea, ubicado muy cerca de él. La colisión hizo que ambos planetas se separaran temporalmente en glóbulos de gas, magma y elementos químicos antes de reformarse en los que es hoy la Tierra y la Luna.

Estas revelaciones surgieron cuando los investigadores trabajaban para entender las diferencias significativas en la composición química entre las rocas de la Tierra y la Luna. Los expertos observaron la cantidad y los tipos encontrados en las rocas. En ese sentido, eligieron el cloro porque es útil para comprender la formación de los planetas.

Así, observaron que las rocas de la Luna contienen una mayor concentración de cloro pesado, mientras que las rocas de la Tierra son más ricas en cloro ligero. El cloro pesado tiene tendencia a resistir el cambio y a quedarse quieto, mientras que el ligero es más reactivo y responde mejor a las fuerzas. Así, tanto la Tierra como la futura Luna contenían inicialmente una mezcla de cloro pesado y ligero, pero a medida que los planetas volvían a unirse, la Tierra atrajo el cloro más ligero hacia sí misma, dejando a la Luna sin cloro ligero” (https://as.com/diarioas).

Esto es lo más cercano que tenemos sobre la formación de nuestra querida Luna, la compañera silenciosa de los pasos perdidos en y de la noche. Pero esta ocurrencia, gracias Fatoumata por el dato, ya lo sabía el pasado:

“En la mitología griega, Tea es una titánide, hija de la primera diosa, Gea, la Tierra, y del primer dios, Urano, el Cielo. Tea se casa con su hermano Hiperión, dios de la Luz celeste, y tiene con él tres hijos: Helio (el Sol), Selene (la Luna) y Eos (la Aurora). Un mito aún más antiguo presume que Tea chocó contra su madre, Gea, para crear a su hija Selene. Los desechos provocados por la colisión madre-hija se concentraron para formar a Selena, la Luna” (2019:36).

En octubre de 1984, en Hawai, se reunió un congreso soñado en 1982 por el equipo del Lunar and Planetary Sample (LPS). Un congreso, por lo demás, organizado para trabajar sobre el origen de la luna bajo el hechizo de un antiguo colapso materno-filial que haría las delicias de cualquier diván.

A mí me resulta extraordinario saber que muchas veces las viejas fantasías cosmogónicas acompañan nuestras más recientes investigaciones del mismo modo que me parece extraordinario que esa luna que se aleja de nosotros/as cada día, puede ser todo lo que queramos que sea, siempre que no nos deje a tientas por la noche sola.
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*Fatoumata Kébé es astrónoma, astrofísica y educadora francesa. Se desempeña también como divulgadora en África y en algunos barrios desfavorecidos franceses. Allí creó la asociación Éphémérides, que organiza talleres de divulgación de la astronomía entre los jóvenes sin recursos para acercarlos/as a la ciencia (https://www.asso-ephemerides.fr/en/our-association/).