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Laberintos
Sabemos que hay muchos tipos de laberintos: báltico, romano, medieval, contemporáneo, etc. Nuestro idioma denomina indistintamente a todas sus variantes; en inglés, por caso, existen dos palabras que traen consigo una distinción: labyrinth y maze. La primera de ellas -labyrinth- remite a lo que conocemos como laberintos unicursales y que tienen a la forma cretense como paradigmática. Es un enredo que comienza con una forma geométrica inicial -semilla- que se repite una y otra vez. El cretense, como aquel habitado por el avispado y triste Minotauro, está compuesto por siete circuitos concéntricos. Lo interesante con este tipo de laberintos, cuya expresión más espiritual es el de la catedral de Chartres, es que, desde su entrada hasta la llegada, no es posible tomar ninguna elección durante el trayecto.
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Día Internacional de una Celebración Cualquiera
Si acaso Sileno hubiera compartido tiempo con nosotros/as, bien podría ser un rock star, o mejor, un punk a lo Johnny Rotten o Joey Ramone. Un desparpajo con guitarras mal sonantes y mucho, mucho caos en las venas. Probablemente, un grupo punk sea lo más parecido a un coro de sátiros que se llevan en andas a Dioniso mientras bardean efímeros/as a troche y moche (expresión que, como saben, parece que terminó siendo una traducción de la canción de los Beatles, “Helter Skelter”. Aunque, como entenderán, eso es tema para otra ocasión).
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Naturaleza de órdago
Podré no saber la clasificación de las harinas: si no fuera por el color del paquete de una marca reconocida, me daría igual la cantidad de ceros, la explicación irracional sobre sus usos, la habilidad leudante o el mismísimo demonio que hace que finalmente, yo no pueda consumirlas. Podré, incluso, no saber la diferencia entre “tire” y “empuje” y sentir una pulsión criminal cada vez que me encuentro frente a una puerta con carteles semejantes. Podré, tengo que admitirlo, desconocer los puntos cardinales y/o cualquier otra referencia que me haga llegar a un punto de la ciudad sin sentirme cuatro o cinco veces perdida por trayecto. Nada se compara, de todas formas, con el placer enorme de encontrarme en el lugar al que iba casi por arte de magia. Algo, por lo demás, que me reconcilia con el lado luminoso de la fuerza.
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Takotsubo
Según dicen, fue Karl Pearson -aquel que cambió la C de su nombre por la K en claro guiño a su héroe Karl Marx, el científico que junto con Galton y Weldon fundara la revista Biometrika, el investigador que Galton pusiera al mando de su oficina sobre eugenesia, el mismo, el mismo-, quien insinuó la relación entre las emociones y el corazón quebrado.
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Ainsi, dèjá, tu vas entrer dans mon passe
Para ser fiel a la ocurrencia, este texto comenzó al revés. Me encontré escuchando al Polaco Goyeneche y de ahí surgió todo lo demás. No dudé en aprovechar la ocasión: adoro contar la anécdota sobre el verso fatal del tango Los Mareados, anécdota, por otra parte, que me había llegado de manera absolutamente trastocada. Aunque, ¡qué importa!, tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero, ¿no?
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Los límites del cielo
Porque la cuestión empieza una vez que advertimos que el cielo (al menos el cielo que divisan este par de ojos desde un pequeño planeta azul) tiene límites precisos o no. Y que esos límites fueron recortados sobre el trasfondo confuso de las luces y las sombras que se tejen allá arriba mientras nadie mira, mientras todo sueña.
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De capas y otras yerbas
Ya me temía yo reincidiendo con los dichos populares. Es que para el caso lo he mencionado en alguna otra ocasión; apenas se aparece la oportunidad, las frases populares afloran como azahar en el naranjo o en el limonero que recuperan primaveras en el jardín. Y, como es de sabios/as reconocer, a la ocasión la pintan calva. Algo, por lo demás, un tanto extraño. A menos, por supuesto, que vayamos a ver de qué se trata:
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De apuestas y otros demonios
La vida es una gran incomprensión, una función delirante, desubicada y absurda en la que los demonios, las momias, los moños y hasta los ángeles se juegan al tute el instante siguiente. ¿Podría ser el contenido del futuro -acaso- el resultado de una batalla? ¿Podrían nuestros pasos próximos derivarse de una azarosa concatenación de jugadas en las que las diez de última definen el aquí y ahora?
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A million miles away
A estas alturas ya es un lugar común aquello que dijera San Agustín a propósito del tiempo: sé perfectamente qué es, pero si me piden que explique de qué se trata, no sabría qué decir.
Es que el tiempo, sospecho, conforma la textura de lo humano. O lo humano se trenza en la hechura del tiempo. Lo buscamos, lo perdemos, lo soñamos, lo anhelamos. Particularmente, lo anhelamos. Junto con la muerte, el tiempo es la otra gran certeza de los/as efímeros/as. No hay forma de redirigir la flecha temporal, no hay vida que no se conciba hacia/desde/un final. Como cantara el soneto de Quevedo: Ayer se fue; mañana no ha llegado; Hoy se está yendo sin parar un punto. Soy un fue; y un será, y un es cansado. -
El Capitán Bezos: breve relato sci-fi en tiempos de capitaloceno
La ciencia ficción me acompaña desde que tengo memoria. El problema es que mi memoria suele ser un lugar bastante desordenado. Así que mientras miro el aterrizaje del capitán Bezos, trato de recordar el título de un libro de Arthur Clarke a quien le debemos, entre tantas cosas, la claridad meridiana de su tercera ley: Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.