Solo como un hongo

Solo como un hongo

“When Hiroshima was destroyed by an atomic bomb in 1945, it is said,
the first living thing to emerge from the blasted landscape was a matsutake mushroom (Tsing, 2015: 3)”.

1.Dichos populares

La expresión es harto conocida. Estar solo/a como un hongo es la quintaesencia de la soledad. O eso dicen. Si ya la soledad tiene mala fama en una sociedad que exige la (pseudo)comunicación permanente, imaginen, ahora, a la soledad en formato hongo. Un dislate, un exceso de aridez por donde se mire: atravesando los puntos cardinales, nada por aquí y nada por allí. El hongo solo como expresión máxima de lo yermo, de lo desierto, de quien está fusionado en su mera presencia aquí y en todas partes, sin propios ni ajenos.

Y da pena el pobre, tan simpático con su sombrerito arrabalero (bueno, al menos en la figuración más extendida de los hongos), creciendo cerca de pies arbóreos y matas varias. ¿Qué será de la vida de este ser tan peculiar arrimado a nada, digiriendo soledades a tragos largos? Hay como quien dice, cierta aristocracia en esa postura altiva en medio de quién sabe qué, un largo reinado de indiferencia en esta porción de la taxonomía que los deja cerca y lejos de los animales (filogenéticamente, es el reino más cercano a los animales), lejos y cerca de las plantas (poseen paredes celulares compuestas por quitina como estas).

Porque los hongos, “crecen en la tierra, pero no son plantas. Hacen la digestión, pero no son animales. Los hongos constituyen por sí solos un solo reino diferente al reino animal y el vegetal. Es el reino fungi. De hecho, puede considerárselos como los “primos hermanos de los animales”” (https://www.elmundo.es/).

O sea, algo de nobleza les corre por las venas, o mejor, por las hifas. Entonces, estos particulares seres heterótrofos (es decir, que no producen la materia orgánica como lo hacen las plantas a través de la fotosíntesis, sino que necesitan tomarla de otros organismos tal como lo hacen los animales), pertenecen a un mundo diferente lo cual los hace aparecer, si cabe, más solos que aquella solitaria vaca cubana que miraba el cielo justo a tiempo y a la que la civilización amaba.

Pero hay que decir que, de este reino parásito, sin raíces ni hojas, todavía estamos aprendiendo. Tanto es así que tenemos “por costumbre pensar que el organismo vivo más grande de nuestro planeta es la ballena. Pero se ha demostrado recientemente que el más grande crece en los bosques de Oregón y consiste en un hongo con un micelio equivalente a la superficie ocupada por 1.800 campos de fútbol… El micelio es el hongo en sí que está bajo tierra y las setas son la parte visible que contiene las esporas con las que se reproduce el hongo. Lo que antaño nuestros antepasados denominaban ‘corro de brujas’ y donde, según la superstición, las brujas habían realizado un aquelarre, es exactamente el afloramiento de varias setas en formación circular que emergen de un solo hongo” (https://www.elmundo.es/).

Lejos de aquelarres y de brujas inventadas por la enfermiza incomprensión de lo femenino, los hongos tienen tanto de solitarios como de posesas las mujeres que sucumbieron al fuego. Si no, que nos lo diga el autor de un artículo reciente publicado en la Royal Society Open Science, quien nos revela a estos seres de lo más comunicativos.

2.Una que sepamos todos/as

No sé si el artículo permite inferir que los hongos cantan, pero lo que sí se ha querido determinar es la cualidad parlanchina de estos seres. Tampoco sé si la cosa se le va de las manos a Andrew Adamatzky, director del Laboratorio de Computación No Convencional de la Universidad del Oeste de Inglaterra en Bristol (Reino Unido), cuando afirma que los hongos son capaces de reconocer cerca de 50 palabras fúngicas. Toda la afirmación suena arriesgadísima -algo que la comunidad científica ha sugerido- puesto que se le adscribe capacidad de habla y hasta conciencia a las transmisiones eléctricas que permitirían hacer circular información.

“Así, a pesar de carecer de un sistema nervioso, los hongos parecen transmitir información mediante impulsos eléctricos a través de filamentos parecidos a hilos llamados hifas. Los filamentos forman una red delgada llamada micelio que une las colonias de hongos dentro del suelo. Estas redes son notablemente similares a los sistemas nerviosos animales.

Midiendo la frecuencia y la intensidad de los impulsos, es posible descifrar y comprender los lenguajes utilizados para comunicarse dentro y entre organismos a través de los reinos de la vida” (https://www.muyinteresante.es/naturaleza).

El equipo pudo notar que los impulsos variaban en amplitud, frecuencia y duración cuando, por ejemplo, los hongos digerían madera, lo que sugiere que pueden enviar información a los suyos sobre alimentos, peligros, etc. Cabe la posibilidad de que esos cambios observados ni siquiera respondan a un patrón de información compartida, pero la investigación ha dejado la puerta abierta para pensar en un lenguaje-hongo de lo más sofisticado.

Así las cosas, no solo no están solos, sino que además se lo pasan hablando. Y no hablan exclusivamente entre ellos, sino que logran comunicarse con otras especies propiciando una forma de simbiosis que hace posible la vida incluso entre ruinas. El libro de Anna Tsing ganador del Premio Gregory Bateson en 2015, La seta del fin del mundo, da cuenta de las intrincadas formas en que una vida, la del hongo matsutake, aflora de manera resiliente entre los bosques destruidos por la acción humana (human-disturbed forests). 

“El mutualismo transformador es una constante que atraviesa el libro. De las raíces de los árboles el hongo obtiene nutrientes de ida y vuelta a la par que forma suelo fértil para los árboles anfitriones. Esta simbiosis se conoce como micorriza. Los encuentros entre especies son una forma de cooperación esencial que posibilita la vida. Incluso el nemátodo de la madera del pino (Bursaphelenchus xylophilus), una plaga para el pino en Japón y por lo tanto para el matsutake, necesita del escarabajo aserrador del pino (Monochamus galloprovincialis) para ir de árbol en árbol sin que el insecto obtenga nada a cambio. Tsing nos recuerda que la interdependencia no ocurre solo dentro de cada especie sino entre ellas” (https://www.lamarea.com).

Esta seta, cuyo aroma recuerda el perfume del otoño es uno de los más preciados de la gastronomía japonesa. Su precio exorbitante oculta el verdadero valor de este ser cuya comunidad se extiende por los bosques devastados. Para la antropóloga ganadora del premio Bateson, ese hongo contiene en sí toda una enseñanza en un momento en que nuestro equilibrio ecológico está desbordado. Esa enseñanza es la capacidad resiliente para vivir entre ruinas. Nuestra casa, nuestra tierra, es un lugar dañado. Un hongo solo pero no solitario nos puede enseñar a vivir:

“La predisposición de los matsutake a surgir en paisajes erosionados nos permite explorar las ruinas que se han transformado en nuestro hogar colectivo. Seguir a los matsutake nos guía hacia coexistencias posibles dentro de la turbulencia medioambiental. Esto no significa una excusa para un mayor daño humano. Aun así, los matsutake muestran un tipo de supervivencia colaborativa” (Tsing, 2015: 4).

Y nosotros/as así, tan despreocupados/as, tan ajenos/as, sin sospechar que nuestra vida precaria requiere otras formas de colaboración que sí las conoce un hongo que no está solo y que no espera que le digamos de qué van las cosas para hacer lo que mejor sabe hacer: hablar con otros/as.


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