-
Encarnizada reina
Siempre tengo presentes las adjetivaciones borgeanas contenidas en el exquisito “Ajedrez”. Porque sí, porque tienen de todo menos de antojadizas. La reina no puede ser más que encarnizada; el peón, nunca menos que ladino. Sin embargo, también es cierto que hay que encontrarle la vuelta a lo de encarnizada y a lo de ladino. Porque, sin mediar mayores disquisiciones, podrían comprenderse ambos adjetivos de maneras poco felices. Lo cual no hace más que dar fe de la forma en que las palabras adquieren ropajes dispares a medida que el habla las pone en uso en diferentes tiempos y contextos.
-
¡Traduttore, Traditore!
El origen de esta intervención es, literalmente, una captura de pantalla. Una de esas tantas que saco y atesoro como si fuera Au o Ag o el actualísimo W. Porque, a decir verdad, mi memoria se parece mucho a la de Dory, la entrañable y olvidadiza amiga de Nemo (léase, el pez payaso de la peli infantil, no el capitán elucubrado por Verne). Porque, insisto, mi memoria a corto plazo es de cortísimo plazo; si algo resulta de interés, ¡ahí sale captura de pantalla para inmortalizar el momento que algún día rescataré de las fauces del olvido!
-
Desiertos
El desierto es una de las metáforas más fecundas -valga la paradoja- para hablar de la vida y sus circunstancias. Desde la sensación de profunda desolación, hasta la futilidad de cualquier búsqueda, la tierra sedienta acompaña nuestros peores pronósticos y conjura gran parte de nuestras distopías.